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Publicado por
JAVIER TOMÉ
León

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ÉRASE QUE SE era un simpático ratón con ojos como soles negros al que sus padres tuvieron el buen gusto de bautizar con el nombre de Juan, de tantas resonancias bíblicas. Juanillo el topillo, pues así se le conocía, sólo aspiraba a ser un roedor de bien, responsable y virtuoso, pero la mano tonta del destino quiso que naciera con un inagotable apetito picaflor, aparte de tremendas ganas de ver mundo. Aunque su auténtica vocación era hacer anuncios de Martini, Juanillo hubo de conformarse con ser un simple topillo siempre atento a los garbanzales y demás frutos de la naturaleza. Así que decidido a cruzar fronteras y meterse en jardines ajenos, y nunca mejor dicho, se lió la manta a la cabeza y abandonó el hogar familiar, en busca de extensos prados y futuros convites rebosantes de prohibidos manjares. Un chaval majo y con talento como Juanillo, distinguido además por una visión de mariscal de campo para la rapiña, no tuvo mayores dificultades a la hora de tomar su Bastilla particular, en este caso un campo de trigo que pelaría hasta la última hoja. Pero la fiebre de la competencia comenzaba a hacer estragos en el colectivo de topillos, hasta que harto de sentir la sensación de haberse quedado sin postre, acabaría por plantarse a las mismas puertas de León. Una trayectoria ejemplar la de Juanillo, vertebrada sobre la roña de la incuria, el navajeo político y la nefasta burocracia de unos zoquetes de tomo y lomo. Todos sabemos que en la vida no existen los finales felices, así que no derramen sus lágrimas al saber que Juanillo murió en la Candamia, completamente rehogado en veneno. En el momento del óbito estuvo acompañado por unos cuantos conejos, pájaros y otra avifauna variada. Descanse en paz tan insigne topillo.

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