Diario de León
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León

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EL GENERAL Franco fue un cruel dictador que murió en la cama hace más de treinta años y al que la historia ya ha juzgado. Tenía la mayor parte de los vicios que acompañan a los sátrapas, menos uno: no era avaricioso. Por ello, sería profundamente injusto que sus descendientes, que han mantenido una actitud discreta tras la muerte del autócrata, fueran ahora perseguidos o molestados por razones económicas. Viene esto a cuento del Pazo de Meirás, una edificación regalada al Caudillo en 1939 e inscrita ahora en el Inventario del Patrimonio de Galicia, que la Xunta exige inspeccionar para restaurarla si fuera necesario y abrirla al público. Es perfectamente legítimo que así se haga, pero es natural que sus descendientes defiendan legalmente sus intereses materiales. Hablando se entiende la gente y, si realmente se está buscando el bien común y no alguna notoriedad intempestiva, es bien seguro que este pequeño contencioso tendrá fácil arreglo. Incluso, probablemente, los Franco estarían dispuestos a vender a precio de mercado un inmueble que bien podría convertirse en un museo dedicado a la Pardo Bazán, que fue como se sabe quien mandó construir el palacete, de bien dudoso gusto por cierto.

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