Diario de León

DESDE LA CORTE LA VELETA EN POCAS PALABRAS PINTO?&?CHINTO

Parábola de parado El factor económico Populismo vial

Publicado por
FERNANDO ONEGA ANTONIO PAPELL
León

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VAMOS A ENTENDERNOS: si el desempleo aumenta a mediados de legislatura, no ocurre nada. Pero, si tal desgracia sucede a seis meses de las urnas, se convierte en hecho político de primera magnitud. Y en el caso español, más: los datos del empleo han sido la gran baza del gobierno Zapatero. El presidente y sus ministros los presentaron como fruto de su gestión. Cuando parecía que todo era un desastre por la política general, siempre surgía una voz de la conciencia que levantaba el ánimo: «Pero la economía va muy bien y, mientras no se resienta la cartera, no hay nada que temer». Ese ha sido el estribillo de los últimos tres años. Pero ayer la canción se rompió. Y, como faltan seis meses para las urnas, los efectos políticos han sido fulminantes. La duda de si estamos al final de un periodo de crecimiento de doce años interrumpidos inundó este país. La sombra de la crisis de la construcción tiñó de pesimismo la capacidad de crear pronto un nuevo modelo de desarrollo. Y, como es natural, la oposición puso los 56.000 nuevos parados en la cuenta del debe de Zapatero. Según Rajoy, el mal dato es la consecuencia de una política que tuvo otras prioridades, como el Estatut o el llamado proceso de paz. Quizá no le falte razón y, en todo caso, es legítimo que Rajoy aproveche el paso de las aguas del desempleo para mover su molino. Si los ministros presumieron de crear puestos de trabajo como si ellos fuesen los empresarios, ahora les toca el desgaste de la realidad contraria. Y quién sabe: quizá tengan que pagar también el precio del voto de quien pensaba que el gobierno había hecho algo para la estimulación del empleo. La política es así de injusta: tantos discursos y mítines presumiendo de empleadores, y el dato de un mes los echa abajo con estrépito. Así las cosas, ¡qué penoso el espectáculo político de ayer! Unos, culpando al gobierno, y otros a las nubes de agosto. No hubo una reflexión seria, por lo menos serena, sobre el momento económico del país. Ningún político tuvo el gesto de reconocer que es normal que algún día se frene ese crecimiento español que duplica al europeo. Ninguno hizo un diagnóstico desinteresado o ajeno a la contienda electoral sobre el futuro del empleo y las causas reales del paro. Hay quien se alegra de que haya más parados, porque así se debilita el gobierno. Y algunos quieren gobernar, aunque sea sobre un país de desempleados. Moralejas: 1) No presuman los ministros de algo que es producto de la sociedad. 2) No se lance tan a degüello el señor Rajoy, porque, ¿qué argumento le queda si la estadística vuelve a sonreir? Y 3) ¿Qué alma tiene la política, que transforma el drama humano de un parado en un arma para su interés político? HASTA QUE la rutina oficial se sumergió en las ya pasadas vacaciones veraniegas, la legislatura que comenzó en 2004 discurrió por derroteros claramente políticos, con escasas alusiones a lo económico. Ahora ha comenzado a hablarse del paulatino cambio del modelo de crecimiento, de la subida imparable de las hipotecas y de la probable contención futura de los tipos, de cómo ha afectado a la caída de la demanda la menor disponibilidad de recursos de las familias, etcétera, mientras los principales líderes, además de insinuar pronósticos a medio y largo plazo en este terreno, han comenzado a hacer promesas a los distintos colectivos, y muy en especial a estos codiciados ocho millones de pensionistas y asimilados que forman un electorado muy activo y que pueden decidir el signo del futuro gobierno. En principio, la buena marcha de la economía sería una garantía de perdurabilidad para el Gobierno socialista actual... si no hubiéramos asistido hace cuatro años al insólito caso de una alternancia cuando la situación económica no podía ser más positiva. Esta constatación sugiere que se equivocan quienes piensen que aquí se vota más con el estómago que con el corazón... dentro de ciertos límites, dado que, aunque no se hayan dado cuenta los políticos, es en la economía donde existe actualmente el máximo consenso ideológico, ese que tanto se echa en falta en otros asuntos, como la política antiterrorista o la política exterior. Sólo la entrada de la economía en franca crisis podría favorecer a la oposición de manera clara, pero todo indica que, por suerte, no llegará por ahora la época bíblica de las vacas flacas. De momento, todos los analistas muestran tranquilidad ante la crisis norteamericana de las hipotecas, que podría restar unas décimas de punto al crecimiento de la Eurozona (que es del 2,7% actualmente), y, con respecto a España, prevén una lenta evolución a la baja del sector construcción que se compensará con un mayor crecimiento de los otros sectores y un mejor comportamiento del sector exterior. Nada, en fin, de que alarmarse sino al contrario: es saludable que se enfríe el ladrillo hasta niveles sostenibles. Y algunos datos adversos, como la subida del paro en agosto conocida ayer o la leve reducción en la venta de automóviles en lo que llevamos de año, no pasan de ser coyunturales y, por lo tanto, poco relevantes. Difícilmente, pues, podrá servir la controversia económica de elemento de contraste entre candidaturas electorales. El PP, como fuerza conservadora, tiene más crédito en estas lides, pero la economía socialista está gobernada por un santón de las finanzas, Pedro Solbes, que jamás ha manifestado la menor veleidad demagógica que pudiera atemorizar a los agentes económicos. Es, pues, muy improbable que aquí tenga sentido aquella célebre frase «It's the economy, stupid», acuñada en 1992 por James Carville, consejero estrella de Bill Clinton, en respuesta a quien se interesaba por los factores que llevaron a éste a la presidencia. El factor económico podría, en cambio, afectar a la siguiente legislatura si los candidatos optan por convertir la campaña electoral en una subasta, como ya ha ocurrido otras veces en nuestro país y es frecuente en otros regímenes semejantes de nuestro entorno. En este aspecto, debería tomarse en consideración la recomendación de Joaquín Almunia, quien el pasado lunes, en un acto en Madrid, pidió que las posibles promesas efectuadas por los candidatos no generen un calentamient' de la economía que pueda afectar al crecimiento y a la sostenibilidad, por lo que solicitó a los partidos políticos «que expliquen muy bien cómo van a financiar sus promesas electorales y cuáles van a ser sus consecuencias». Frente a las intenciones francesas de aplazar el cumplimiento del equilibrio presupuestario, Almunia explicó que le superávit «no es un lujo sino una necesidad», de forma que sería un error que por motivos electorales no se respetara aquí este criterio. Al cabo, los propios ciudadanos/electores, en este sentido como en todos, seremos los árbitros de la situación. 1397124194 LA DIRECCIÓN General de Tráfico no ha podido disimular su evidente contrariedad por el hecho de que dos gravísimos accidentes de este pasado fin de semana, uno en Lérida y otro en Jaén, con cinco muertos cada uno, han lastrado sus estadísticas, que iban a reflejar un cierto descenso de la siniestralidad en la operación retorno del mes de agosto. En respuesta a esta insidia, que demostraría genéricamente la irresponsabilidad de todas las víctimas, la DGT ha hecho saber a la opinión pública que buena parte de estas personas fallecidas no llevaba puesto el cinturón de seguridad y ha anunciado con despecho que en las próximas jornadas la Guardia Civil realizará 800.000 operaciones de inspección para cerciorarse de que todos los ocupantes de los vehículos hacen uso de este adminículo. Nada ha dicho sin embargo la DGT de que ambos accidentes, verdaderamente terribles, han ocurrido en sendos puntos negros, bien conocidos por los usuarios e incluidos en los inventarios de tramos peligrosos. Pero según la DGT la culpa de las diez muertes no es de las vías ni de quienes las gestionan sino de los conductores. Populismo vial se llama la figura.

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