La soledad de Mariano

EL APOYO y lealtad de Manuel Fraga a Mariano Rajoy es incuestionable. Lo ha dicho Núñez Feijoo, probablemente echando mano de todo su valor y entereza, para sacarse de encima el embolado de tener que opinar sobre la trastada que el ex presidente de la Xunta acaba de hacerle al líder popular. Porque trastada es que cuando más se cuestiona el liderazgo de Mariano aparezca el presidente de honor y se coloque al lado de Ruíz Gallardón, que no para de reclamar un puesto allí donde tenga alguna posibilidad de acceder a la presidencia del Gobierno. Desde luego Mariano no gana para disgustos. Cuando no le sale el ala carpetovetónica de su partido para decir que lo que él dijo está muy bien pero que lo que hay que hacer es lo que ellos dijeron, le sale el anterior que le marca el carril por el que ha de circular. Y cuando el ala rojigualda y el profesor asociado descansan en periodo vacacional, salta don Manuel con una de las suyas aclarando, por si alguien lo desconocía, que hay que tener preparada la sucesión y que Gallardón hace bien en reivindicarse. Este ha sido el gran calvario que Rajoy ha tenido que padecer desde el mismo momento en que se dejó señalar como sucesor de aquel gran hombre que tuvo a bien rescatarnos del rincón de la historia. Mariano ha sufrido la desautorización permanente, la maquinación y la trampa de quienes dicen ser sus valedores y la pulla constante de los que aseguran que es un gran líder y que comparten proyecto e ideas. Rajoy ha vivido maniatado por las faenas, desatinos y jugarretas de los que nunca aceptaron perder el ordeno y mando. Por eso, para que este país se crea de una vez que quien aspira a presidir el gobierno tiene solvencia, autoridad, criterio e carisma, Rajoy tiene que romper esas ataduras. Y dejar de ser una marioneta.