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Publicado por
GONZALO OCAMPO
León

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SE HAN IDO los meses de julio y agosto, los que marcan el tiempo de verano, la interminable sucesión de viajes por carretera, el tráfico agobiante en su misma intensidad, también la multiplicación de accidentes, el revés de los afanes por el sosiego o por la diversión. Las cuentas finales de esos dos meses se cierran con centenares de personas muertas en el conjunto español, con decenas en la comunidad gallega. Y, al margen de comparaciones con el tiempo anterior, alarma especialmente esa otra vertiente de la accidentalidad en el tráfico a la que se ha hecho referencia en este mismo medio, los lesionados medulares, modalidad de tragedia en crecimiento constante, de ordinario jóvenes con una vida activa ya limitada. Estas y otras circunstancias -como el hecho de que en un accidente pierdan la vida varios usuarios- son manifestación del grado de violencia, de la brutalidad e incluso de la barbarie que se incardinan -tal vez con demasiada frecuencia- en los avatares de la circulación. Todo esto que decimos es ciertamente desalentador y no puede hallar consuelo cuando el sentido crítico -que es propio del ser humano- pondera afirmaciones que quieren para sí la fuerza del axioma, como la que atribuye al sistema de puntos nada menos que la salvación de la vida de quinientas personas. Antes, han debido tenerse en cuenta toda la aleatoriedad y toda la versatilidad del tráfico, capaz de volverse en interminable sucesión de daños para la vida contra toda previsión. No está sujeto al rigor matemático, sino el azar, un azar cuyo rumbo define la brújula de los comportamientos. Por eso, sin cuestionar la bondad del sistema de puntos, no estamos por la radicalidad de aquella «salvadora» tesis. Todavía queda un cierto espacio entre los puntos y los buenos resultados del tráfico. Es el espacio que deben ocupar, conjuntamente, estas acciones: la aplicación de un procedimiento sancionador duro y de inmediata ejecutividad para las infracciones graves; la selectiva tarea de los agentes de vigilancia; la buena educación civil en la libertad personal bien entendida y en el profundo respeto a los derechos de los otros.