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Publicado por
ANTONIO PAPELL
León

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EL MISMO día en que Zaplana, en un rapto delirante de la peor demagogia, utilizaba el término recesión para describir la realidad económica española, el primer banquero del país, Emilio Botín, elogiaba la fortaleza del sistema económico español. Sus palabras, pronunciadas durante la visita que Zapatero giró a las instalaciones del Banco de Santander en Boadilla del Monte, fueron inequívocas: «La economía española sigue mostrándose trimestre a trimestre como una de las más fuertes de Europa». Una fortaleza que se mantendrá en el futuro con «elevadas tasas de crecimiento; España ha pasado a ser un pequeño país del sur de Europa a convertirse en un ejemplo para muchos de los países de nuestro entorno». Obviamente, había algo más que cortesía en la declaración del personaje que mejor representa al sistema financiero español, y que no ocultó su satisfacción por el hecho de que este Gobierno haya hecho un esfuerzo singular para incrementar las inversiones en I+D+i, el secreto de la futura prosperidad. Porque, en términos generales, el gran maestro de ceremonias de la bonanza que estamos experimentando desde 1995, Pedro Solbes -Rodrigo Rato, su alumno aventajado, contribuyó también meritoriamente al portento-, ha cumplido su programa de reforma, aquél tantas veces reiterado de deslizamiento desde un modelo de crecimiento basado en la construcción y el consumo a otro fundamentado preferentemente en la mayor productividad de la industria y en la exportación. En efecto, gozamos de un sistema económico muy saneado, con fuertes superávit públicos y una deuda externa muy menguada, en el que, de momento, el enfriamiento de la sobrecalentada construcción está siendo soportado sin sobresaltos graves. Acabamos de padecer un shock inquietante, el dato del desempleo de agosto, en el que se ha reflejado tanto la tendencia a la baja del empleo en la construcción cuanto las consecuencias de la mala climatología en un mes muy turístico, lo que ha perjudicado gravemente a los servicios de esta índole. Pero todas las prospecciones -las de la OCDE, la Comisión Europea y nuestro Ministerio de Economía- pronostican de momento crecimientos de nuestra economía para 2008 y 2009 más modestos que le actual, que es del 4%, pero en todo caso en el entorno del 3%. En este momento, no parece que la crisis de las hipotecas en Estados Unidos, con efectos limitados en Europa, perturben estas expectativas. Y es probable que si se cumple este pronóstico, sea posible mantener los niveles actuales de empleo, e incluso mejorarlos si se consiguen avances en la productividad. Lo llamativo del caso en estas vísperas electorales es que estos planteamientos, obra plausible de Solbes y de Rato, no tienen hoy por hoy opciones alternativas, por lo que es absurdo pretender centrar el gran debate PP-PSOE en este terreno. Por suerte para todos, el PP gestionó sin pestañear ni mover el timón la herencia del PSOE y viceversa. El banquero Botín, que es un hábil superviviente, no ha querido, es obvio, respaldar a este o a aquel partido sino apostar por la continuidad de un modelo que nadie discute y que debe resistir al principal adversario: la demagogia. De momento, el PSOE de Rodríguez Zapatero ha sabido conciliar las políticas sociales, financiadas con los excedentes provenientes de la prosperidad, con la ortodoxia económica. Y hay que seguir por esta senda si se quiere mantener, gracias a la economía virtuosa, un camino de crecimiento económico, que es el que realmente permite redistribuir después el bienestar. Tampoco hay dudas de que el PP haría lo propio, pero precisamente por esto no es razonable desorientar a la opinión pública debatiendo ardorosamente aquello en lo que se está plenamente de acuerdo. Y mucho menos podría imaginarse que la principal fuerza de oposición cayera en la trampa de insinuar que está deseando que nos hundamos en la crisis para mejorar sus opciones de alcanzar el poder. 1397124194

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