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Publicado por
FERNANDO ONEGA
León

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PIDO PERMISO para detenerme hoy en un escenario algo lejano, pero cada día más inquietante por su deriva política: Cataluña. Ayer se celebró la Diada, que es una fiesta pacífica de exaltación del sentimiento nacional catalán. Tuvo detalles interesantes, como el retorno del Partido Popular a la ofrenda floral. Se vio el espectáculo frecuente del abucheo a la clase política, casi sin distinción de colores. Y había un fondo de amargura, sobre cuyo origen discrepan los análisis. Para unos, estamos ante la desorientación por el futuro del Estatuto de autonomía. Para otros, ante un desencanto genérico producido por la clase dirigente y que se refleja en una abstención casi escandalosa. Un tercer bloque cree que Cataluña vive en estado de cabreo por el caos de algunos servicios públicos. Y no faltan opiniones que entienden que Cataluña sufre un fenómeno depresivo, propio de los periodos de decadencia. Como casi siempre ocurre, lo más probable es que estos cuatro diagnósticos retraten la realidad de la situación, que es una mezcla de todos ellos. Lo cierto es que Cataluña transmite al resto del país una sensación de crisis, como si estuviera enfilando una transición sin tener claro el punto de llegada. En ese clima destacan siempre las posiciones más llamativas, las más ambiciosas, y a veces las más radicales, aunque no sean las más razonables. ¿Qué mensajes han logrado traspasar los límites de esa comunidad en las últimas semanas? Básicamente dos: el de Carod-Rovira anunciando un referéndum de autodeterminación para el año 2014, y el de Jordi Pujol con su creencia de que la secesión está ganando adeptos entre los catalanes. Y todo ello, acompañado por hechos sociales tan relevantes como el del señor Joan Laporta, presidente del Barça, que ayer planteó no ceder jugadores a la selección española de fútbol. De todo esto no puedo obtener todavía ninguna conclusión. Lo único que puedo hacer, de momento, es anotar ese ambiente y anotar una advertencia: señores, se está perdiendo el miedo a las palabras; hay un gobernante que plantea la autodeterminación con todas sus letras y hasta con fecha; hay otro que intuye un crecimiento de los independentistas; hay un partido (Convergència Democrática) que está pensando en radicalizar su discurso en busca del soberanismo; y hay una expresión («fatiga de España») que cada día se usa más. Quizá no sea para alarmarse todavía. Pero es para inquietarse. No era éste el destino buscado cuando se inició la redacción del Estatuto. No era éste prtecisamente el gran sueño de José Luis Rodríguez Zapatero cuando anunciaba la paz territorial por un periodo de un cuarto de siglo. Y es una respuesta desproporcionada a los fallos de los trenes o el impacto de un apagón.

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