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Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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PARECE QUE no tenemos remedio. A estas alturas del partido ya sabemos que la costumbre de matarse mutuamente es la más antigua diversión del ser humano. Sería muy aburrido dejar que el tiempo muriera en nuestros brazos y ese acontecimiento último hay que precipitarlo. Es como si no tuviéramos paciencia para aguardar nuestra última hora. (Don Pío Baroja tenía en su casa un reloj de pared, de esos que custodiaban el tiempo en una especie de ataúd vertical, que tenía una leyenda horaria que decía: «Todas hieren, la última mata»). ¿Por qué anticipamos esa última hora? Las inútiles guerras se han anticipado a los relojes biológicos, que por supuesto funcionaban muy mal en otros siglos. (En tiempos de Shakespeare, que tenía más talento que todos sus contemporáneos, a excepción de Cervantes, con el que hacía combate nulo, la residencia en la tierra no se prolongaba más allá de los 45 años. Unos con otros, se entiende). En el siglo XX, o sea anteayer menos siete años, se ha batido la plusmarca de difuntos en magnífico estado de salud. Las guerras se los ha llevado por delante. Ahora, el jefe de las tropas de EEUU en Irak se muestra partidario de ampliar la estadística y dice que «una retirada sería catastrófica». No se sabe si hay alguna catástrofe superior a que la guerra continúe. ¿Qué ahorro de vidas supondría la retirada? «La guerra no arregla nada», según Agatha Cristie, la novelista experta en crímenes de paz, ya que ganarla es tan desastroso como perderla. Mi inolvidable amiga Gloria Fuertes quiso ir a la guerra para pararlas. Cito a dos mujeres, ya que sospecho que un mundo regido por ellas registraría menos conflictos bélicos. Nadie va a parar la guerra de Irak por ahora. Acometer y matar es hasta empezar.