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Publicado por
FERNANDO ONEGA
León

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CUANDO JOSU Jon Imaz decide tirar la toalla, lo hace por una razón pragmática y una razón afectiva, o por la suma de ambas. La pragmática es que oteó el horizonte, midió sus apoyos, vio que no tenía posibilidades de ser reelegido presidente del PNV, y decidió retirarse cinco minutos antes de ser derrotado. La afectiva, que miró el panorama de su partido, contempló los odios y recelos, el fantasma de la división que acompaña la historia del PNV y decidió no ser la cuña que provoque una nueva escisión. Algunas líneas de su carta recuerdan aquel dramático Adolfo Suárez que no quería «ser un paréntesis» en la historia de España. Sea cual sea el aguijón que lo empujó a las candilejas, sus efectos son deprimentes. Son, en efecto, para dejar perplejo al presidente del gobierno. Imaz no es sólo un político que renuncia. Es una importante pieza, un pensamiento y un estilo que se caen del rompecabezas territorial. No era menos nacionalista que quienes lo han declarado su enemigo, pero había sucedido a un Arzallus que hablaba de «Brunete mediática» y de las bombas de Madrid, y cambió ese lenguaje y esas formas por el entendimiento. Se enfrentó a pecho descubierto a la locura de Ibarretxe y su referéndum. Quiere la soberanía vasca, pero sin pasearla bajo las pistolas de ETA ni sobre los rescoldos de un conflicto civil. Es un hombre de sentido común. Todo eso se ha perdido, salvo que el propio PNV decida ser dirigido por otro político de su mismo estilo. Esa es la incógnita de este momento, que condiciona el análisis de la nueva situación. Mientras se despeja, este cronista se permite llamar la atención sobre el momento y el ambiente en que se produce su anuncio de retirada. Hace dos días comentábamos el rebrote del independentismo catalán: esa especie de calentón que afecta a los nacionalistas de siempre y a los socialistas viejos que se enamoraron de Carod poniéndoles una corona de espinas. Pues ahora se añade la previsible radicalización del nacionalismo vasco. Para nadie es un secreto que ambos mantienen una carrera no confesada para ver quién llega antes y más lejos. Dispongámonos a ver cómo se reavivan los planes Ibarretxes y los clamores incontrolados por el derecho de autodeterminación. A muchos, entre los que me cuento, no nos basta eso de Zapatero de que «prefiere no pensar que Ibarretxe vaya a convocar un referéndum»; pero tampoco nos tranquiliza el tono de reproche electoralista que utiliza el PP para acusar al PSOE de fortalecer a los independentistas. El problema nacional no se resuelve con membretes de «Gobierno de España» ni preguntando por qué se hace. El problema es que el independentismo crece y no vemos que nadie haga nada para intentarlo frenar.

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