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Publicado por
FERNANDO ÓNEGA
León

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PASADO mañana, sábado, será puesto en libertad en Barcelona un delincuente conocido como el violador de Vall d'Hebrón. Se ganó el triste nombre por una frenética actividad de agresiones sexuales a mujeres al principio de los años 90. Probadas dieciséis violaciones, fue condenado a más de trescientos años de cárcel, pero ha cumplido 16: un año por violación, lo cual, una vez más, escandaliza a gran parte de los ciudadanos y es un nuevo motivo de alarma social. Como ocurre en estos casos, muy poco se puede hacer legalmente para evitarlo. La redención de penas -¡porque hacía yoga y cosas así!- se le aplicó sobre el límite de treinta años y al conjunto de sus delitos. A la sección correspondiente de la Audiencia de Barcelona le faltó imaginación o voluntad jurídica para aplicarle la «doctrina Parot», o quizá esa doctrina se empezó a aplicar demasiado tarde para ese odioso delincuente. Sea como sea, va a salir, y el señor ministro de Justicia, Fernández Bermejo, ha dicho que el violador ha saldado su deuda con la sociedad. Cuidado, ministro, que hay deudas pagadas que duele. Hay situaciones que no se pueden contemplar únicamente a la luz del cumplimiento de la ley. La gente tiene miedo cuando ve a un agresor así en la calle. Y no es un miedo difuso. Es un miedo concreto a un ciudadano de quien se dice que no está rehabilitado. Es un miedo a sus ataques, porque la experiencia dice que esos delincuentes reinciden. Y es la libertad a tener miedo en una sociedad que conoce todos los días terribles casos de violencia sexual. Lo que dice esta excarcelación es, por supuesto, que ningún juez puede salirse de la aplicación de las leyes; pero los poderes públicos tienen que transmitir al contribuyente otras seguridades, como éstas: 1) Que se harán las reformas legales precisas para evitar estas excarcelaciones, y no sólo en el ámbito del terrorismo. 2) Que se tratará de garantizar, y de forma específica a las mujeres, que no se pondrá en libertad a quien no haya demostrado su rehabilitación social. Y 3) Que, en todo caso, se pondrán los medios técnicos o humanos suficientes para tenerlo vigilado y controlado, y así evitar sus acciones o retirarlo rápidamente de la vida libre tan pronto reincida. Es todo tan elemental, que no habría ni que escribirlo. Pero hay que hacerlo, aunque sólo sea para agitar la conciencia de nuestros representantes políticos. A veces tenemos la impresión de que los ministros justifican todas las decisiones judiciales, sin pararse a pensar en sus efectos. Y el efecto de este caso es el escándalo. Yo creo que merece, por lo menos, tantas sesiones de estudio de los legisladores como está requiriendo la renovación del Consejo del Poder Judicial.

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