LA VELETA
El pelopincho
CUANDO el fútbol atraviesa el umbral deportivo y se convierte en negocio, una cierta tristeza se apodera del mismo, aunque no exista todavía conciencia de ello. Y es que al hombre no se le permite la locura inteligente de volver a ser niño -afirma Galeano- jugando sin saber que juega, sin motivo, sin reloj, sin árbitro. La vida enseña pronto a condenar lo inútil, identificando torpemente inútil a lo que no es rentable. Y el fútbol es ya actividad lucrativa que no se organiza para jugar, sino para ganar. Fortaleciendo el músculo, la estrategia, el control, la publicidad, el aburrimiento. Penalizando la fantasía, la creatividad, el atrevimiento, la osadía. Esta circunstancia explica en buena medida que la gente agradezca esa aventura ocasional y descarada de un pelopincho cualquiera que se atreve a regatear a todo lo que se pone delante, incluido el árbitro, el línea o el aficionado que invade el campo para abrazarlo. Y es que el fútbol proporciona, de cuando en vez, ejemplos extraordinarios de ese goce íntimo y escaso que siempre supone la aventura prohibida de la libertad. ¿Por qué los políticos no se comportan como hablan? Por qué existen -prácticamente en todas las organizaciones políticas- tendencias oligárquicas que dificultan o impiden el debate interno, así como la selección de la e xcelencia entre sus miembros? Las razones que explican el proceso son diversas, aunque todas ellas conducen, con mayor o menor evidencia, a la estrategia mediática, a la encuesta de opinión y a la obsesión del cargo. Y es que cuando el poder político se concentra en un grupo reducido de personas que no desean competir, sus energías, afanes y recursos se dedican a controlar la estructura de la organización, generando con ello malestar y equilibrios inestables evidentes. En este sentido, el militante pelopincho es una especie a extinguir que resiste porque el sueño de la libertad es un bien que nunca nadie podrá reducir a la nada. Las religiones son dogmas, normas y prácticas orientadas a exaltar una divinidad, con altibajos en su evolución histórica. Su función social es, básicamente, dar sentido a la vida (y a la muerte) a través de la fe, así como estabilizar (en su caso) el orden social y político vigente. Nuestra experiencia al respecto es rica y desafortunada. Además, la religión católica dispone de acusada estructura vertical, decidiendo sus cargos con la inestimable ayuda del santo espíritu. Pero ignoramos porque la paloma ignora a la mujer en asunto de tanta relevancia y actualidad. En todo caso, también aquí hay pelopinchos. Son los que trabajan y sufren en silencio por la libertad, enfrentándose a la estructura, al poder y al exceso de obediencia. El pelopincho siempre es incómodo y necesario.