FRONTERIZOS
Miserias
ADMIRADOS por el funcionamiento del sistema público de salud; sorprendidos por las prestaciones sociales y sanitarias; asombrados por el nivel de vida, por la mezcla aparentemente armónica de razas y culturas, por los «signos externos de riqueza», la oferta de ocio o las muestras cotidianas de consumo. Así volvían al pueblo los que tenían la suerte de viajar en los años setenta a cualquiera de las grandes capitales europeas, contando maravillas de cómo se vivía más allá de los Pirineos, quizá exagerando un puntito para captar la atención, pero básicamente dando cuenta de lo que era la sociedad del bienestar occidental, en la que a nosotros nos tocaba custodiar la «reserva espiritual». En las últimas semanas he tenido ocasión de escuchar opiniones parecidas, no sólo sobre las grandes capitales españolas, sino también acerca de pequeñas poblaciones de provincias en la periferia del desarrollismo, como puede ser Ponferrada. Opiniones de familiares o amigos que viven desde hace más de diez años en Hispanoamérica, en países con serios problemas económicos y graves desigualdades. Pero al lado de estas muestras de admiración, esa mirada ajena es capaz de plantear las contradicciones y visualizar las miserias. Una televisión (pública, privada y mediopensionista) deplorable, alienante y «neuronicida». Unos gustos artísticos putrefactos. Un afán consumista que roza lo patológico. Una visión cada vez más egoísta de lo común, amplificada desde el deplorable ejemplo de la clase política. Una clase media acobardada a golpe de Telediario, nuevos ricos tan atentos a las añadas de los vinos caros como a los billetes de 500 euros y una mano de obra barata que nos limpia el culo con acento latino... Miserias a cuyo hedor ya nos hemos acostumbrado.