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Publicado por
JOSÉ A. BALBOA DE PAZ
León

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EN POLÍTICA, por desgracia, cuentan poco los programas y aún menos las ideologías; lo que cuenta es ilusionar a los votantes con pan y circo, incluso con engaños y, a veces, con mentiras, como decía Jean F. Revel, el filósofo y periodista francés recientemente fallecido. La política se reduce ahora a una cuestión de tiempos, de controlar los tiempos, y de imagen, pero sin la tiranía de otros tiempos -lo de la mujer del César- pues ya no hay que ser, basta sólo con parecer. Vivimos en un mundo de apariencias, por eso el historiador Pierre Vilar advertía a sus colegas que bajo lo ilusorio deberían de buscar lo real, tarea verdaderamente compleja en nuestros días, en que lo real y la apariencia se confunden por la labor mixtificadora de los medios de comunicación y de los intelectuales orgánicos de los partidos políticos. ¿Qué es lo real en esta política, en esta cascada de ayudas sociales que el gobierno de Rodríguez Zapatero nos anuncia día tras día? ¿Mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos o el miedo a perder unas elecciones que ya se avecinan?. Parece que las encuestas no son tan propicias al PSOE como este partido esperaba; hay nerviosismo. Las grandes cuestiones planteadas van por derroteros incontrolados. Ni la negociación con la ETA en busca de una paz imposible para el Estado sin claudicar, ni las reformas de los Estatutos de Autonomía, le han salido a Zapatero bien. ETA ha roto la tregua, ha desvelado acuerdos de un gobierno democrático con cesiones inconcebibles, anticonstitucionales y profundamente impopulares. Las consecuencias de las reformas estatutarias, por otra parte, se ven ahora, en el reparto injusto de los presupuestos del Estado, con cesiones a Cataluña y Andalucía, que crean agravios evidentes con otras comunidades, que también reclaman lo suyo. Zapatero nos anuncia nuevas sorpresas, pues al parecer no es un problema de porcentajes sino de que el pastel sea más grande y, según él, lo es. Como falla lo sustancial, se tocan los palillos de lo accesorio, pese a incumplir sus promesas de no aprobar medidas de este tipo en precampaña electoral. Las promesas no son, al parecer, para cumplirlas. Las ayudas sociales, con el argumento de que hay dinero, son la mejor palanca para arrancar algunos votos, especialmente entre los jóvenes, sector que más se ha alejado del político socialista. No importa que las medidas recuerden otras ya fallidas, como el plan de la ministra Trujillo; que entren en contradicción con competencias ya trasferidas a las comunidades como el plan de salud dental para jóvenes; ni tampoco que el ministro de economía sea reticente a las mismas. Al final, incluso éste, haciendo trampas contables, se pliega ante las presiones del aparato de propaganda de su partido. No vaya a ser que tantas dudas en el ministro provoquen un desánimo generalizado en el partido y en los votantes. Sería la primera vez en democracia que, con todos los resortes del poder en las manos, un gobierno perdiera las elecciones en una sola legislatura. Por eso están poniendo toda la carne en el asador. Pero ni siquiera estas promesas de dudoso cumplimiento son toda la verdad, no son más que humo e ilusión. Lo que de verdad inquieta a los españoles, además del terrorismo reverdecido y la desvertebración de España por unos nacionalistas que, desde el gobierno de la Generalidad, se atreven a decir sin tapujos que «los catalanes hemos tocado techo y ya no tenemos nada que hacer dentro de España» (Joan Puigcercós); lo que inquieta, digo, es que la verdad oficial de la economía, el optimismo del presidente, no va pareja con las dificultades que aquejan a muchas familias españolas por el paro, las elevadas hipotecas, el repunte de la inflación, hasta la subida del pan y de la leche. Hay superávit pero nadie en su sano juicio se lo gasta en una fiesta, lo derrocha a espuertas sin pensar en el futuro, y eso es lo que pretende hacer el gobierno para ganar unas elecciones generales. Todo vale con tal de mantenerse en el poder.

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