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Publicado por
VENTURA PÉREZ MARIÑO
León

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UN HOMBRE, un rumano, se prendió fuego hace unos días a lo bonzo ante la Subdelegación de Gobierno de Castellón, en presencia de su mujer y dos hijas de 17 y 3 años. El hombre estaba desesperado y quería llamar la atención por no lograr recaudar 400 euros que necesitaban para volver a su país. A España habían llegado hacía tres meses, con la ilusión de encontrar su Dorado y trabajar en Castellón, donde viven cerca de 50.000 compatriotas. Pero la suerte no se alió con ellos y después de algún trabajo aislado, con engaños incluidos, se encontraban desnudos en la calle. El sueño lo limitaban a ese poco de dinero en el que centraban su solución de volver a Rumania. Acudieron a la policía; fueron a Asuntos Sociales; de allí a la Cruz Roja, pero en ninguna instancia se les ofrecían más que buenas palabras y dificultades burocráticas que impedían que se les diese el dinero. Envuelto en llamas se llevaron al hombre rumano, con un 70% de su cuerpo quemado, al hospital «La Fe» de Valencia. Entre tantas desgracias que diariamente contemplamos en los medios de comunicación, pocas cosas nos llaman ya la atención y entre ellas es posible que esté el ver al hombre rumano ardiendo delante de su familia. En definitiva no era más que un perdedor radical que había tenido la desgracia de nacer, como tantos otros, en un lugar inadecuado del que salir adelante es un milagro .Y no son pocos ni es un fenómeno novedoso. Y es que la vida se hace imposible para aquellos trabajadores inmigrantes, sin especialización, que no tienen la fortuna de encontrar rapidamente trabajo o ayuda. Son los que no figuran en las grandes cifras, los que su presencia les delata y expulsa, los que en definitiva no existen. Hace unos días, después de una larga agonía, ha muerto el hombre rumano en el hospital donde se le trataba. Ha muerto, sin duda sin querer morirse, con el enorme fracaso de no poder dar una solución económica a su familia y con el desarraigo de terminar lejos de su tierra, de donde la necesidad los había expulsado. Más allá del caso concreto, el problema del hambre y de la inmigración nos trae y seguirá trayendo imágenes de desespero y no es cuestión de hacer demagogia abogando por recoger a todos o por hacer interminables regularizaciones. Pero, sin perjuicio de que las cosas sean así, se echa en falta en casos como el del rumano desesperado la existencia de fondos asistenciales para casos extremos. Una cosa es que no puedan quedarse y otra es que no se puedan ir y verlos morir de desesperación. A eso, tal vez la imagen negativa del verano, no debemos acostumbrarnos.