EL RINCÓN
La Fiesta sigue
BARCELONA fue una fiesta y, además, una fiesta nacional. José Tomás ha vuelto a poner en pie a una afición que jamás estuvo muerta, sino amedrentada. Eligió La Monumental para reaparecer y para despedirse por este año y logró la resurrección. El impávido héroe estuvo acompañado por César Rincón, que se despedía de los cráteres ibéricos, y por Serafín Martín, al que le quedan muchas orejas por cortar. Tomás no es sólo la sombra de Manolete, sino el cuerpo entero. Tiene, como el hierático cordobés, un halo de tragedia, pero además torea por estatuarios en el centro del ruedo y sus manoletinas superan a las del ídolo. También las superaron las de Mondeño, pero eso suele pasarle a los maestros que saben escoger a sus discípulos hasta después de muertos. César Rincón tiene un currículum trágico, abundante en desdichas ocasionales: pobrezas afrentosas, incendios, enfermedades. ¡Qué alegría ver a quien ha recibido tantos malos tratos de la suerte matando en la suerte de recibir, y sostener luego en sus manos, junto a las orejas del toro, las banderas de España y de Colombia! César Rincón es como su propia estatua de greda. Si viviera el poeta Eduardo Carranza, paisano suyo, hubiera llorado hasta llenar su copa, que era grande. (No deja de ser curioso que los últimos patriotas españoles sean hispanoamericanos). De lo que me congratulo hoy es de que a pesar de que los antitaurinos de carné insultaban a los espectadores a la entrada de la plaza, se llenó hasta las dos banderas. ¿Por qué no se conformaron con no ir? No es obligatorio. Lo que es raro es creer que eran unos depravados, carentes de toda sensibilidad, gentes como Goya, Picasso, Alberti, Gerardo Diego, Pérez de Ayala y miles de españoles que fueron y son amantes de esa estatuaria peligrosa y fugitiva que llamamos toreo.