LA VELETA
Crónica de una guerra disimulada
HACE mucho que no hablo de la guerra. Ni de la guerra en general, que es el tema que debería ocuparnos, ni de las guerras concretas, que son el argumento que hemos elegido para no hablar de las matanzas que se suceden en el mundo, y de cuál es nuestra responsabilidad -como occidentales, como país rico y como aliados USA- en el penoso avatar internacional. De todo esto trata mi último y profético libro (As inxurias da guerra. Vigo: Xerais) basado en estas páginas. Y por eso no quiero dar la sensación de que la guerra es un recurso fácil para el escritor que tiene que comparecer tres veces por semana ante la opinión pública. Pero donde hay guerra hay muerte, y de ahí se deriva que, impelido por la muerte de dos soldados destacados en Afganistán, les vuelva a recordar las verdades del barquero. Nuestros soldados mueren en acto de guerra. Y por eso resulta tan absurda la posición del Gobierno, que sigue hablando de una misión humanitaria y pacificadora, como la argucia acusatoria del PP, que, para hacerse perdonar su ilegal guerra de agresión contra Irak, trata de demostrar que las dos contiendas son iguales. Y eso, bien lo sabemos, no es verdad. Claro que los formalismos legales que protegen la intervención internacional en Afganistán, y los que pueden mantener la permanente amenaza contra Irán, no pueden hacernos olvidar que Occidente ha vuelto a las andadas, y que, convencido de que su riqueza y su libertad no son extensibles a todos los países de la tierra, ha decidido parapetarse detrás de sus fronteras y m antener su poder por la fuerza de las armas. El lenguaje político puede disimularlo casi todo. Pero la cruda realidad es que los países ricos y democráticos se están enamorando otra vez de los discursos belicistas, de los símbolos del patriotismo más rancio y de los ejércitos gloriosos e invencibles. Detrás de Bush no están sólo las explícitas complacencias de Inglaterra, Australia y Japón, sino el creciente belicismo de Sarkozy y el silencio cómplice y cobarde de la UE. Por eso se engañan todos los que creen que la violencia viene de fuera, y de los que son malos, para agredir a los buenos, que somos los de dentro. La guerra es una filosofía que está en alza. Y esa filosofía nunca la impulsan los que ya saben que van a perder y pagar las costas, sino los que esperan ganar y cobrar beneficios. Por eso debe saber que cada vez que le hablan de una guerra concreta, en vez de hablarle del problema de la guerra en general, lo están embarullando. Porque mientras las guerras pequeñas nos dan la apariencia de bondad y de víctimas, la cruda visión de la guerra incluye a Occidente entre las grandes amenazas contra el progreso de la humanidad.