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Publicado por
FERNANDO ÓNEGA
León

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LA TERTULIA política de «Las mañanas de Cuatro» planteó ayer una pregunta: ¿la bandera ha entrado en campaña? Es un interrogante que ayuda a entender lo que está pasando con ese símbolo nacional. La bandera de España no estaba en más edificios públicos hace un mes que ahora. Tampoco estaba en muchos más cuando gobernaba Aznar, a pesar de que su partido ha empezado ahora una cruzada contra su ausencia. Sin embargo, entre las iniciativas del PP y el seguimiento de algún medio informativo (o la iniciativa de algún medio, seguida por el PP), hoy estamos ante un problema que parece nuevo y que ya se plantea como una nueva «guerra de las banderas». ¿Qué ha pasado para llegar a este nuevo lío, que apasiona a tanta gente? La cronología es: primero, el gobierno se envuelve con la bandera nacional, empieza a decir eso de «Gobierno de España», y la enseña empieza a aparecer detrás de los ministros, especialmente de la vicepresidenta. Segundo, el PP se mosquea y llega a preguntarle a Zapatero en el Senado: «¿Por qué el gobierno de España se hace llamar gobierno de España?». Tercero, la opinión publicada hace bromas con este fervor patriótico y llega a la conclusión de que es una estrategia electoral para que la derecha no se beneficie del sentimiento nacional. Y cuarto, el PP y medios simpatizantes se lanzan al cuello del gobierno a deshacer todo ese montaje: ZP se envolverá en la bandera nacional, pero es tan débil o falso que permite que se incumpla la ley. Esa cadencia de hechos sugiere que, si no hubiera elecciones a la vista, no existiría el problema. Mejor dicho: el problema existe y es importante, pero nadie lo planteaba porque, en el fondo, todos sabemos que no se puede resolver. Conseguirlo por las buenas, desde la convicción, es sólo un ensueño que sólo se le ocurre a María Teresa Fernández de la Vega. No creo que confíe sinceramente en que una sola corporación nacionalista -no digamos independentista-esté dispuesta a lucir en el balcón la enseña roja y gualda, por mucho que lo mande la ley. Pero la posibilidad de conseguirlo por las malas, a la fuerza, no se la cree Ángel Acebes ni en un ataque de euforia en una tarde de copas con Zaplana. Porque decidme: ¿cuál sería el efecto de una bandera izada por la Guardia Civil contra la voluntad de su corporación? El odio; un odio acentuado por la imposición. Esa bandera sería un trozo de paño destinado a ser roto o quemado en cuanto se marcharan los guardias. Y, entre una bandera ausente y otra pisoteada o quemada, creo que es preferible mantener las cosas como están. Creo que el PP piensa lo mismo, y no le duele más que a mí. Lo que ocurre es que este lío le viene muy bien como sustituto del «se rompe España».