Diario de León
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PEDRO ARIAS VEIRA
León

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NACEMOS en una nación que no elegimos, nos criamos en una familia que no nos consultó para venir al mundo y en una localidad que nos vino dada. Nación, familia y localidad configuran un marco vital de coordenadas irrenunciables, las que Michael Walzer denomina asociaciones involuntarias, las señas primarias de identidad. En tanto que seres humanos nos definimos por la capacidad de generar símbolos, de dotar de espíritu y valores a sentimientos, experiencia y pensamientos. A la nación la simbolizamos con la bandera, una humilde tela de sencillo diseño. Pero en la que se concentra la representación de todos los que a través de la historia participan de una importante genealogía común, de grandezas y miserias colectivas, de modos específicos de afrontar el vivir y el ser en el tiempo, idioma y aspiraciones, códigos del bien y del mal, guerra y paz, logros y fracasos, resplandor y decadencia. La simplicidad evocadora de la bandera la ha convertido en el símbolo nacional por excelencia. En España, una de las más viejas naciones de la Tierra, se está cuestionando su uso natural porque algunos grupos políticos están intentando crear de su seno otras nuevas naciones, desgajándolas de la secularmente consolidada. Atacar el símbolo común, ocultarlo, diluirlo en el baúl de las vergüenzas, asociarlo a sus uso abusivo y partidista en su etapa preconstitucional, se ha convertido en estrategia central de los nacionalismos. Quieren crear nuevas naciones, privar de voz, razón y sostén simbólico a los que consideran a España patria común, como dice la Constitución Española de 1978, la carta magna de la gran reconciliación nacional. Se apoyan en el poder político autonómico, cuyas competencias desbordan; en unos casos también en la violencia, siempre en el acoso simbólico y con un ropaje de adoctrinamiento e historia inventada, parcial y dirigida por las nuevas élites que aspiran a gobernarlas s in las restricciones de la razón colectiva. Lamentablemente el gobierno central les ha dado todo tipo de incentivos y facilidades. Ha perdido la Memoria Histórica de la que presume sin causa, porque la bandera española fue aceptada, hace ya tres décadas, en los fructíferos tiempos de la reconciliación constitucional, por los bandos que lucharon en la fratricida guerra civil. Recuperaba así su evocación de nueva esperanza, de posibilidad de hacer política en paz. Al tiempo que enlazaba con una larga historia en la que independientemente de dinastías y regímenes políticos, incluyendo la I República española, había sido la bandera de la patria común. Tenemos una nación, una entrañable y maltratada patria, en la que por fin se ha hecho posible la libertad. No permitamos que se utilice con oportunismo irresponsable contra lo que hoy personifica la Constitución y las señas de identidad que más nos acercan los unos a los otros.

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