LA VELETA
Voltaire y Smith en Bagdad
LA CIVILIZACIÓN no suprime la barbarie; la perfecciona. Estas palabras, atribuidas a Voltaire, cuadran particularmente bien para describir lo ocurrido en Irak durante los últimos tres años (aceptando, y es mucho aceptar, que tras la invasión del 2003 hubiese impulso civilizador alguno). La sucesión de desastres sociales y políticos -tan reconocidos hoy por casi todos que se hace innecesario el recuento- ha llevado a la práctica destrucción de todo un país. Pero peor todavía es el daño moral producido por los múltiples y gravísimos atentados a los derechos humanos cometidos por los invasores que hoy nadie niega, y que van desde torturas a prisioneros a matanzas de población civil. Pero tal vez la figura de Voltaire esté traída aquí un poco por los pelos, pues no parece que el grupo de intelectuales neocon que dio respaldo ideológico a la invasión frecuente mucho su lectura. En cambio, en su condición de adalides del libre mercado, sí se les supone un amplio conocimiento de la obra del moralista escocés Adam Smith, contemporáneo de Voltaire y fundador de la moderna razón económica basada en el autointerés. Y es verdad que la búsqueda del puro interés, del interés económico, fue como poco una de la motivaciones centrales de la invasión, sobre todo en relación con el petróleo: de tan obvio, a estas alturas ya casi no era necesario un testimonio como el de Alan Greenspan para confirmarlo. Cosa muy diferente fueron los resultados. Así, frente al cálculo de que bajaría el precio del crudo, con lo que se estabilizarían los mercados energéticos mundiales (no solo en Estados Unidos: el ministro español de Economía de entonces dio crédito a un escenario de en torno a 20 dólares por barril), lo que hoy tenemos es exactamente lo contrario, en la forma de una persistente amenaza para el crecimiento económico general. Todo ello tiene decisivas consecuencias en el terreno de la geopolítica. Porque al final han sido los principales adversarios de la hegemonía norteamericana los ganadores en todo este siniestro juego. En primer lugar Irán, gran productor y lógico beneficiario del alza de los precios del petróleo, pero también, con Siria, del desarrollo de la guerra en sí misma (según dejó claro el informe oficial Baker-Hamilton). También Rusia, a cuyos programas de rearme y renovada vocación de gran potencia ha dado alas la pujante facturación petrolera. Y hasta el mismísimo Chávez ha encontrado en esta coyuntura la fuerza que necesitaba para erigirse en el gran contrapoder en el patio trasero de Estados Unidos. ¿Autointerés? Ante tanta quimera ideológica e incompetencia, el bueno de Adam Smith seguramente estaría espantado. Más aún cuando no parece imposible que la locura recomience en el país de al lado.