Diario de León
Publicado por
FEDERICO ABASCAL
León

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EL PRÓXIMO día 28 beatificará el Vaticano a 498 mártires de nuestra guerra incivil, y ese acontecimiento, que revestirá gran esplendidez ceremonial y litúrgica, ni abre entre nosotros viejas heridas ni despierta trágicos recuerdos; si acaso, invita a la sociedad española a dirigir una mirada de curiosidad a las más altas autoridades eclesiales con la pregunta más bien velada de por qué tantos muertos de golpe. Hay sin embargo quien traza una imagen de espejo entre el martirio glorioso de los 498 españoles en vísperas de beatificación y el número, mucho más alto, de cadáveres anónimos a los que se intenta desenterrar de cunetas o tapias de cementerio para sacarlos de un olvido durante cuarenta años forzoso, devolverles su nombre y darles una sepultura decorosa. En España se estableció tras la guerra incivil un sistema político de incivilidad que muy lentamente fue evolucionando hacia apariencias menos impresentables. Se trata de esclarecer, mediante una purificación de la memoria, que hubo condenados a muerte por el franquismo más inocentes que sus jueces. Al poner el oído atento a lo que sobre la actualidad opinan o, más bien, dictaminan nuestros purpurados, a veces nos sorprenden algunos de sus juicios de valor, y no el que procura alejar la beatificación masiva de finales de mes de ese proyecto de ley de la Memoria Histórica que ha entrado al fin en el Congreso tras arduas y ¿bizantinas? negociaciones, inacabadas aún. Y es bueno que se separe una tramitación legislativa de un magno ceremonial religioso. Pero estallaba ayer en la sensibilidad de muchos ciudadanos, católicos incluidos, un juicio nada subliminal y tremendamente acusatorio contra el Gobierno socialista, formulado nada menos que por el cardenal arzobispo de Toledo, Antonio Cañizares, quien venía a decir que «la debilidad que ha podido haber en la condena en todo momento de ETA puede efectivamente haber hecho» que haya crecido la banda en vez de lo contrario. En la iglesia no se entra por el sacerdocio ni, desde luego, por el episcopado; se entra por el bautismo, y el bautismo concede el derecho de predicar a Jesús de Nazaret incluso a las autoridades eclesiales, y en este sentido convendría recordar un versículo, el 9:60, del Evangelio de san Lucas, en el que Jesús dice a uno que, antes de seguirle, pretendía enterrar a su padre: «Deja que los muertos entierren a sus muertos». Añadiendo enseguida después lo que era realmente urgente: «Pero tú vete a anunciar el Reino de Dios». Tal vez no habría que dar a los muertos tanta vida terrenal, o política, y desde luego convendría oír de nuestros obispos, arzobispos y cardenales la predicación de su propio testimonio, un testimonio personal, que a veces parece invertirse en un testimonio político. 1397124194

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