Diario de León
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ANDRÉS MURES QUINTANA
León

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LOS CURSIS y los modernos plumillas del tres al cuarto insisten en masculinizar el título (la presidente), cuando ella es mujer de temple y política de raza curtida en mil batallas. La última, librada hace escasos meses, ha sido una de las más enrevesadas y difíciles en su ya larguísima carrera política. Desde el día en que se aposentó en el terciopelo del Palacio de los Guzmanes aparece relajada y feliz. Ella, que ha sido poco amiga del sosiego, quizá encuentre ahora la paz de espíritu arropada por la púrpura del poder. La tarea que tiene por delante estos cuatro años no es fácil, y no cabe duda que su antecesor le ha dejado el listón bastante alto, más en lo personal que en lo estrictamente político. Será ahora cuando la sencilla chica de Santibáñez podrá dar de sí todo lo que se le supone de caudal político, aquí, entre los suyos, lejos del oropel de Madrid o Valladolid. Después de la dura refriega que sirvió de antecedente a la definitiva denominación y posterior proclamación de la señora Carrasco como presidenta del «ayuntamiento de ayuntamientos», como a ella le gusta decir, parecía que las aguas habían encontrado definitivamente el cauce adecuado, y que la acción política del Partido Popular en la Diputación comenzaba a adquirir signos de normalidad, tan necesarios por otra parte para la eficaz labor de gestión. Sin embargo, se ve que el gusano sigue dentro de la manzana y de esta suerte, en vísperas veraniegas, el alcalde de Valencia de Don Juan, líder de la facción enfrentada a la presidenta hasta su definitiva proclamación, volvió por sus fueros. Juan Martínez Majo es un político de brillante carrera que ha demostrado seriedad y eficacia a lo largo de los últimos años. No sólo al frente del ayuntamiento de Valencia de Don Juan, sino en sus responsabilidades como vicepresidente de la Diputación Provincial. Su pugna con Isabel Carrasco tuvo rasgos de valentía y temeridad a partes iguales. Se hace acreedora de perdón la osadía de su enfrentamiento a la que ya era candidata oficial del partido. Lo que ya reviste síntomas de notable gravedad son las declaraciones recientes con las que el señor Majo se despachó en un medio de comunicación local y en las que se postuló nuevamente como posible candidato a presidente provincial de partido. El señor Majo se ha caracterizado a lo largo de todo su periplo político por la prudencia y la seriedad, pero en los últimos tiempos esa imagen de sensatez se ha ido paulatinamente diluyendo. Su apuesta política por alcanzar el sillón del Palacio de los Guzmanes fue legítima pero poco correcta. Hinchó el pecho un par de días antes del recuento de votos vendiendo la piel de la Presidenta provincial del partido. En un ejercicio de funambulismo impropio de su persona, se rindió a cantos de sirena envenenados provenientes de un entorno cercano, donde hay cataduras morales que levantan sospechas nada infundadas. Sé positivamente, porque ya son muchos años jugando en la cancha política, que la señora presidenta, dueña de un carácter poco previsible, pero dotada de una inteligencia natural y de una perspicacia más que notables, es plenamente consciente de que el señor Martínez Majo tiene violines desafinados cercanos a sus orejas que le están jugando malas pasadas. Estas circunstancias pueden colocar al alcalde de Valencia de Don Juan en un brete difícil, susceptible de hacerle perder en un santiamén la mayor parte del rédito político acumulado en estos años. Él sabe perfectamente que doña Isabel es adversario de cuidado. La señora, con mil batallas en su hoja de servicios, no se anda con remilgos a la hora de separar el grano de la paja. Conociendo al personaje -lo digo por ella- es fácil imaginar que va a dar un vuelco espectacular a la Diputación Provincial. Personalmente tengo el convencimiento de que va a lograr los objetivos propuestos. De forma inmediata tiene otro reto importante: ganar las elecciones generales en esta provincia, que no hay que olvidar un instante, es la del camarada Rodríguez Zapatero. Doña Isabel ha de demostrar mucho tino y finura política para adornar una candidatura al Congreso de los Diputados suficientemente atractiva para ese porcentaje de indecisos que al final son los que inclinan el fiel de la balanza. Es posible que desde las alturas nos traten de meter en el paquete de candidatos gentes que no tienen nada que ver con León. Otros que llevan años y años siendo fieles discípulos de don Bartolo ya han empezado a mover el cogote en un desenfrenado esfuerzo de postulación. La señora Carrasco se enfrenta a una papeleta peliaguda y compleja. Tiene a su lado gente valiosa que le va a prestar ayuda incondicional; gente, al margen de los dirigentes de campaña y de los aficionados a salir en la foto, que sabe perfectamente que estarán con ella codo con codo, pero el reto es difícil y comprometido. Los apóstoles de Génova, las cabezas pensantes de la margen derecha del Pisuerga, los estirados del despacho amplio y la moqueta mullida, esos que jamás han dado un mísero mitin en un pequeño pueblo ni han pegado un cartel en su vida, ni conocen los desaires de una campaña ni los enormes sacrificios que conlleva, intentarán una vez más colar un gol en portería propia. Por ello, por el riesgo de desafuero, hay que estar al quite, que dicen los taurinos. La señora Carrasco, estoy seguro, es conciente de ello.

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