CRÓNICAS BERCIANAS
La Transición
«LA TRANSICIÓN dejó a mi abuelo en una cuneta», decía el pasado sábado en una entrevista con este periódico el presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, el periodista Emilio Silva, que al exhumar hace siete años la fosa de Priaranza del Bierzo donde yacía su familiar junto a otros doce paseados, creó el germen de un colectivo que se ha extendido por todo el país, abriendo el debate sobre una época de nuestra historia que nunca hasta ahora se había cuestionado y propiciando la elaboración de una ley que cierre definitivamente las heridas de la Guerra Civil. Alguna gente piensa que la Ley de Memoria Histórica, a punto de promulgarse después de una larga negociación, será el punto final al periodo de la Transición a la democracia en España, que no habría terminado con el fracaso del golpe de Estado de Tejero, ni con la victoria del PSOE en las elecciones de 1982, ni siquiera con la llegada de Aznar y el PP, la nueva derecha democrática, al Gobierno en 1996, porque obvió a las víctimas de la represión franquista en aras del consenso. Lo importante era evitar cualquier posibilidad de involución del régimen, o incluso un nuevo alzamiento militar. Treinta años después, sería lógico pensar que la democracia en España está lo suficientemente madura como para sacar a todos los muertos de las cuentas. Los dos bandos cometieron asesinatos. La represión franquista fue terrible, especialmente en la posguerra, cuando eliminó cualquier atisbo de disidencia y se dio rienda suelta a revanchas de todo tipo, que no siempre tenían relación con la política. Pero también en el lado de la República, entre quienes defendían al Gobierno legalmente constituido, hubo asesinatos, paseos y fosas. Esos muertos, cuenta Emilio Silva, ya los sacaron en su día de los caminos y se desagravió a sus familiares. Los otros, los muertos de los que perdieron la guerra han seguido enterrados incluso después de la muerte de Franco, porque la España de la Transición no estaba preparada para buscar los cuerpos de los desaparecidos y reconfortar a sus familias. Todavía hoy, hay mucha gente en este país que piensa que exhumar una fosa de la guerra es andar removiendo entre los muertos y lo mejor es pasar página. ¿Mala conciencia? Difícilmente se puede entrar en otro capítulo de la historia cuando la página se queda enganchada. «No puede haber reconciliación sin conciliación», decía Silva. En vista del debate, estéril, que estos días se ha generado en torno a la bandera nacional, convertida en patrimonio de un partido en lugar de un símbolo de todos. En vista de lo difícil que resulta consensuar una ley que no debería asustar a nadie, con Franco en el valle de los Caídos desde hace treinta años, y mientras haya gente que piense que abrir una fosa es reabrir una herida en lugar de cicatrizarla, habrá que llegar a la conclusión de que este país no está maduro, no. De que va a ser verdad que todavía seguimos en Transición. Y que el trauma de la Guerra Civil ha sido tan grande y tan profundo, que setenta años no han sido tiempo suficiente para borrar los surcos que nos dividieron.