Cerrar
Publicado por
VICENTE PUEYO
León

Creado:

Actualizado:

EL VALLE de los Caídos se encuentra, como se sabe, en el paraje de Cuelgamuros, topónimo que quizá aluda a lo escarpado de la montaña que lo circunda. Allí el aire es transparente y los pulmones se llenan con el aroma de los pinos. Hace dos años paré, de camino a León, para intentar explicar a mi hija, de una vez, cuál era el significado, qué se escondía debajo de aquella cruz gigantesca que se asomaba a lo lejos como un hito misterioso. «Allí están enterrados Franco y José Antonio». A las niñas de la ESO Franco les suena, como mucho, como un personaje bajito y cabreado; algo muy lejano y, por lo general, teñido de connotaciones un tanto siniestras. De José Antonio no saben nada. La lección de historia partía de cero. Misión casi imposible explicar con probabilidades de éxito que aquellos dos personajes que reposaban tan próximos representaban dos formas muy diferentes de entender España pese a que los clichés reduccionistas de la historia interesada y con minúsculas los sitúen en vías paralelas. Misión más sencilla (aunque también más lamentable) era explicar que, en aquel singular monumento, la memoria de los vencedores pesaba más que la de los vencidos. Por más que en los catálogos de la visita se pusiera el acento en que en aquella imponente cripta coronada por una cruz de tamaño incomprensible se rendía homenaje a los caídos «de una y otra parte», los muertos católicos del bando republicano, que en el último momento se incorporaron a la nómina de los allí inhumados (40.000 es la cifra que se da), no consiguieron el imposible de desligar la vinculación del monumento con el franquismo, la religión católica y los vencedores. Ayer, sin embargo, se dio un paso que puede calificarse de esperanzador: la controvertida ley de la memoria histórica ha incorporado una enmienda, impulsada por CiU y apoyada también por el PP, por la que se despolitiza «de forma absoluta» el Valle de los Caídos. El recinto tendrá a partir de ahora entre sus objetivos los de «honrar y rehabilitar la memoria de todas las personas fallecidas a consecuencia de la Guerra Civil y de la represión política que la siguió». Y se prohíbe expresamente que allí se lleven a cabo actos de naturaleza política, «o exaltadores de la Guerra Civil, sus protagonistas, o del franquismo». Quizá se abrió ayer el camino que convierta aquel lugar, tan terrible como evocador, en un rompeolas en el que se remansen de verdad los deseos de concordia y convivencia de los españoles. La cruz no es arma sino abrazo. Lo que sigue ahora es, fundamentalmente, trabajo de los nietos de los vencedores y de los vencidos. Ciertamente hay que hilar fino pero, apoyados con el tiempo y la distancia, que todo lo ponen en su lugar, y siendo honestos con la verdad histórica, se estará cerca de la justicia. Ojalá, esa cruz que se asoma entre las nubes en Cuelgamuros sea pronto un símbolo de reconciliación para unos y otros, para los de antes y para los de después. Un lugar alejado de las parafernalias políticas donde los que van a construir el siglo XXI recapaciten, bajo un cielo transparente, sobre la capacidad para el error de los seres humanos.