DESDE LA CORTE
Me llamo Josep Lluis
EL FAMOSO «yo he venido a hablar de mi libro» del llorado Umbral ya tiene sucesor: el «yo me llamo Josep Lluis, aquí y en China», del menos llorado señor Carod-Rovira. El vídeo de la frase estuvo ayer en todas las páginas web de actualidad y en todos los informativos de las emisoras de radio. Va a ser objeto de chiste y andará por las tertulias durante los próximos días. Es la última aportación nacionalista al debate político nacional. Es la última muestra de lo que podríamos llamar «cabreo identitario». La verdad es que al líder de Esquerra Republicana no le falta razón: quienes no somos catalanes aprendemos a pronunciar los nombres y apellidos más raros del mundo, pero no sabemos pronunciar el de tan ilustre político. A decir «Josep» llegamos bastante bien, porque nos hemos acostumbrado a llamar así a Piqué y quizá haya algún futbolista del Barça con ese nombre. Pero pronunciar a continuación «Lluis», con elle, es una prueba que no la superan bien ni los mejores locutores. Otorgada esa parte de razón, a don Josep Lluis hay que pedirle que tenga un poco de mejor humor. De lo contrario, va a terminar con un infarto. Su primer enemigo no es ese chico que no sabe hablar catalán, sino Microsoft. Microsoft es que hace jugadas muy cachondas. Si usted hace la prueba de escribir en su ordenador el nombre de Jiménez Losantos, ¿sabe qué le sale en pantalla? ¡Jiménez Lozanitos! Pues, si escribe el nombre de Josep Lluis, el señor Microsoft le pone por debajo un subrayado en rojo, como si fuera un error o una falta de ortografía, como cuando escribo Ónega. ¿Se imaginan al señor Carod-Rovira ante el ordenata? Aporreará el teclado: «¡está bien escrito Josep Lluis, coño, aquí y en la China!» Vivir así, irritado con el universo por una cuestión de nombre, tiene que ser más estresante que llegar a un acuerdo con José Montilla, que por cierto se llama José, y no Josep. Es lo que les pasa a los políticos de ahora: que están todos en estado de indignación. No aceptan una ironía ni por equivocación. No sueltan una gracia ni cuando les sonríen las encuestas. A lo más que ha llegado Zapatero en cuatro años ha sido a decir que el FMI se equivocó «un rato». Y lo que les hace saltar con mayor virulencia es que alguien manipule su nombre. El otro día, el ministro Bermejo provocó a toda la bancada popular por llamar «Angelito» a don Angel Acebes. Pero, en el caso de Carod, castellanizarlo es como mentarle a la madre. Es como insultarle llamándole «españolazo». ¿Se lo imaginan reencarnado en Aznar? ¿Cómo se hubiera puesto cuando Bush le llamó «Ánsar»? ¡Usted no es quien para cambiar mi apellido! No hubiera puesto sus pies sobre la mesa. No hubiera mandado un solo soldado a Irak.