Genocidio armenio

CUANDO el ejército turco se prepara para entrar en territorio iraquí en persecución de los militantes del PKK y George Bush intenta evitar no sólo la violación del territorio iraquí sino la apertura de otro frente en el norte del país, cuando las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos e Irán se encuentran en uno de sus momentos más críticos y, por lo tanto, más necesita el apoyo incondicional de sus aliados en la zona, es decir, Israel y Turquía, no ha podido impedir lo que, el gobierno de Erdogan define como «inaceptable»: la aprobación por el Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes de una resolución que califica de «genocidio» la masacre de armenios de 1915. ¿Qué importancia tiene esta declaración y por qué no se ha producido mucho antes? A diferencia del holocausto judío que tuvo lugar en Europa, entre 1939 y 1945, y supuso el asesinato masivo de más de seis millones de personas, el genocidio de, aproximadamente, un millón de armenios en la parte oriental de Anatolia, en 1915, es un acontecimiento que ha permanecido en la penumbra histórica. La creación del estado de Israel y la numerosa presencia de judíos en todo el mundo facilitaron la divulgación de la masacre y la persecución de quienes la cometieron. En el caso armenio, la incorporación forzosa de su república a la URSS y el silencio forzado por los turcos, aliados indispensables de la Otan, hicieron muy difícil que su tragedia saliera a la luz. Pero, lo cierto y demostrado, a pesar de que muchos académicos turcos intenten manipular los hechos y las cifras, es que, aproximadamente, un millón de armenios perecieron como consecuencia de la deportación o la directa ejecución de los otomanos en 1915 en castigo por su apoyo al ejército ruso, y no como, argumenta Turquía, como consecuencia del enfrentamiento bélico que sí produjo bajas en ambos lados. La resolución aprobada sólo es el justo, aunque muy tardío, reconocimiento, de uno de los episodios más negros de la reciente historia de Turquía. Un país que no respeta los derechos humanos, que rechaza llamar las cosas por su nombre.