AL DÍA
Buenas historias
ESTUVE en el Congreso sobre Miguel Delibes que se celebró en Valladolid. Me quedé poco tiempo más del que duró mi intervención, pero valió la pena. Conocí a muchos autores que llevaba años leyendo. Impresionaba hablar delante de ellos. Cuando me dirigía a la mesa, descubrí a Gustavo Martín Garzo en la segunda fila. Me presenté y le confesé que había contado una historia suya en mis clases y conferencias, para ejemplificar la sensación indescriptible que produce la posesión de una buena historia. Martín Garzo dijo: «A mí me la contaron como real». Hace años, el aeropuerto de Villanubla, tenía una pista con paso a nivel, porque una carretera la atravesaba de lado a lado. Cuando un avión aterrizaba, cerraban el paso y los coches no podían circular. Un día, según parece, cruzaba la pista un buen hombre en coche con una vaca atada atrás. Cuando estaba en medio de la pista, entonces de uso militar, llegó un avión y se lo llevó por delante. El coche quedó destrozado, la vaca murió y el paisano salió ileso de tan extraño percance. Después de algunos reconocimientos médicos y quizá otras gestiones, fue llevado a la presencia del comandante del aeródromo. El militar le prometió que le darían un coche nuevo, una vaca nueva y no recuerdo cuántos millones de las pesetas de entonces. Pero quiso ponerle, a cambio, una condición: que no se lo contara a nadie. El paisano respondió inmediatamente: «¡Ay! ¡Eso no! ¿Cómo no voy a contar que me ha atropellado un avión?» Se ve que, mientras le llevaban de un sitio a otro, y en el médico, cada minuto que pasó desde el accidente, aquel hombre se regodeaba viéndose en casa y en la taberna, rodeado de amigos con el asombro escrito en la cara, mientras él diría: «Y entonces, oí un ruido tremendo y pensé...». Ojalá tuviera yo una historia para regalar cada sábado.