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TRIBUNA

Retazos de radiodifusión para leoneses

Publicado por
JOSÉ LUIS GAVILANES LASO
León

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ESTE año se cumple el setenta aniversario de la muerte Marconi y el centenario de su invento prodigioso: la telefonía sin hilos; perfeccionada luego por Fleming y Fessenden, inventores de la microfónia o radiodifusión de la voz humana. No sé si el físico boloñés llegó a intuir la importancia trascendental de su invento. Lo cierto es que, hoy por hoy, la radio forma parte de un fenómeno mediático que se cuela en todos los hogares y trata de influir y sin duda influye poderosamente en el modo de pensar de un buen número de radioyentes, mejor y más puntualmente informados, pero, a la vez, sujetos a efectos perturbadores e, incluso, despersonalizadores. Conocí a una familia numerosa cuyos padres trataban a sus hijos de «usted» por imitación de los seriales radiofónicos sudamericanos. La radiodifusión en España comenzó a través de «EAJ-1 Radio Barcelona» (E de España y AJ siglas correspondientes a telefonía sin hilos), en 1924, dentro de un monopolio estatal, delegándolo temporalmente a algunas empresas privadas. Esta situación se prolongó después de la guerra civil y sólo se reformó por un decreto de 1952, que prorrogó el régimen de concesión a algunas empresas no estatales, pero limitando su potencialidad a menos de 20 kw y su difusión posible al ámbito local. Las emisoras se agruparon en redes: la estatal (Radio Nacional, creada por los sublevados contra la República el 19-1-1937); la cadena de emisoras de la Sociedad Española de Radiodifusión (S.E.R, antes Unión Radio); la R.E.M (Red de Emisoras del Movimiento, creada e 1954,), y la cadena de ondas populares españolas (perteneciente a la Iglesia, que devendría en C.O.P.E, en 1957). Sólo el estado tenía potestad para suministrar los diarios hablados o « El Parte», expresión proveniente de «los partes de guerra» durante la contienda civil , en conexión obligada con las demás emisoras del país. El auge extraordinario de la radio fue tal entre 1950 y 1960 que se convirtió en un medio dictador de la sentimentalidad y la conciencia colectiva, al ser el medio de distracción más barato y de más fácil asimilación por todas las capas de la sociedad. El proceso de liberalización de las emisoras de radio no se produjo en España hasta después de la muerte de Franco, en 1977. La radiodifusión pervive en León desde 1934, a través de la emisora «EAJ-63, Radio León». Mis padres llegaron a ser «socios cooperadores» de la misma, lo que nos permitía ir al Cine Condado todos los jueves por una peseta. Recuerdo de niño en aquellas ondas los programas de Victoriano Crémer, con su crítica bufa de los lunes a los «pelotoneros» de la Cultural, si no habían estado acertados contra la portería adversaria. También las palabras solidarias del P. Javier, franciscano-capuchino, preludiadas por la obertura de Von Suppe, «Caballería Ligera», con aquello inolvidable de: «Leoneses, una limosna por Dios, grande o chica, para tanto mendigo del alma y del cuerpo, que Dios os lo pagará. Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia»; refiriéndose, seguidamente, a los donativos recibidos: «De F.P.D, por no haberle tocado para África, 15 pesetas». Paralelamente funcionaba «La Voz de León», más conocida anteriormente como «Radio Falange», en la cual mi padre colaboraba por su amistad y compañía de trabajo en Abastecimientos y Transportes con Germán Tuñón, encargado de deportes, en el tiempo que también frecuentaban esa antena Francisco Umbral y Luis del Olmo. Los radioyentes, o escuchantes, buscábamos también otras frecuencias de onda. Ansiosos de conocer verdades ocultas por la censura del régimen sólo abierto a noticias triviales, de propaganda o triunfalistas , muchos conectábamos con la BBC de Londres y Radio París, por onda media, y Radio España Independiente o «La Pirenaica», por onda corta y acatarrada siempre de interferencias. Otro cantar era la facultad de poseer un radio-receptor, para no tener que ir a casa del vecino, como después ocurriría con la TV. En 1955 había en España 2.717.000 receptores de radio, lo que suponía un aparato por cada 90 ciudadanos. El porcentaje no era malo, pero era evidente que muchos españoles, los más humildes, carecían de receptores. Como para todo en la vida hay imaginación, en Zaragoza fabricaron un ingenio para proletarizar las ondas. El invento llegó a León a finales de los cincuenta y en exclusiva a «Almacenes Roma 40», comercio expendedor de electrodomésticos en el que yo trabajaba. El ingenio consistía en una hucha electromecánica que funcionaba peseta a peseta, las célebres «rubias» con la efigie de Franco. Tenía el tamaño aproximado de la mitad de una caja de zapatos, era de plástico y se adosaba a la parte trasera del receptor. Estaba dividida en dos partes, la que encerraba el mecanismo electromecánico y un simple depósito de monedas. La parte del depósito se desligaba de la mecánica con un alambre y precinto de plomo sellado que sólo podía ser manipulado por un operario de la casa vendedora. El ingenio consistía en un mecanismo de relojería, cuya fuente de energía era la corriente eléctrica. El reloj mantenía su marcha mientras existiese el contacto de dos electrodos comunicados a través de una peseta, la cual operaba a modo de interruptor. Por efecto del reloj, la peseta se desligaba de sus contactos a la media hora y caía, interrumpiéndose automáticamente el funcionamiento de la radio. El aparato de radio costaba, pues, una peseta cada treinta minutos. Para adquirir el aparato era necesario que el comprador se comprometiese a tener en la hucha a final de mes una cantidad no inferior a 125 pesetas. Todo ello se hacía mediante contrato legal extendido a la fecha de compra del aparato. El incremento o recargo por demora era equivalente a la compra a plazo de dos años. Para el buen suceso del sistema se hizo una fuerte campaña publicitaria en prensa, radio y, sobre todo, buzoneo. Hubo quien pedía limosna para llenarse luego los oídos de música, concursos, seriales o cantos de sirena gubernamentales; o, en su defecto, por el deseo de saber algo más de lo que la radiodifusión nacional, inquisitorialmente atenta, le negaba.