DESDE LA CORTE
La presidenta, el periodista y el Rey
YO TAMBIÉN puedo aportar mi dosis de filtración, no voy a ser menos. Uno es discreto hasta que alguien rompe la discreción. En el famoso almuerzo del día 11 en el Palacio Real, es cierto que Esperanza Aguirre pidió un «trato humano» para Federico Jiménez Losantos. Y se lo pidió al Rey Don Juan Carlos I, como si Su Majestad estuviera maltratando al comunicador. Ante la petición de explicaciones, la presidenta de la Comunidad de Madrid argumentó que la Casa Real había pedido que retirasen a Federico del micrófono. El Rey lo negó tajantemente, con un «jamás» que repitió varias veces. Lo que irritó al Rey no ha sido que una gobernante de este país haya salido en defensa de un periodista. Lo que le irritó ha sido lo demás: que se pidiera «trato humano», como si esto fuese una dictadura soviética; que se lo pidan al Rey, que es precisamente el maltratado, y siempre ha sido impecable en el respeto a las opiniones, por mucho que le duelan, y que alguien atribuya a su Casa el intento de amordazar la libertad de expresión. El episodio se pudo haber agotado en sí mismo, como una conversación de sobremesa, en un clima caldeado, pero confidencial. Se rompió la confidencialidad, y ahí tenemos un nuevo episodio que le presta un indeseado protagonismo al Jefe del Estado. Llegados a este momento del desarrollo de las consecuencias, expongo algunos principios personales, con la voluntad de ayudar a la formación de criterio. Principio número 1: entiendo que la libertad de expresión incluye la posibilidad de criticar al Rey o a algún miembro de su familia. Quizá lo que ha dolido en La Zarzuela no es tanto el pedir la abdicación como el entorno literario del discurso. Principio número 2: por parte de la presidenta de Madrid, es abiertamente hiperbólico, y sólo se puede entender como una caricatura, hablar de «trato humano». Ni siquiera debería pedir un trato deferente. Los periodistas no tenemos que esperar del Estado ni del gobierno ningún trato distinto al resto de los ciudadanos. Lo que exceda de ahí es el privilegio que criticamos en los demás. Y principio número 3: quiere el destino que Jiménez Losantos sea cordialmente inamistoso con Ruiz Gallardón, casualmente el hombre en constante roce con Esperanza Aguirre. Es inevitable suponer que esa razón política crea otro tipo de simpatías que no es preciso reseñar. ¿Y saben a quién perjudican al final? Al PP, que muestra por este lado sus tensiones internas. Rajoy las quiso tapar con un inteligente disparo por elevación para matar al mensajero: lo grave no es lo ocurrido, sino que se haya filtrado. Pues no, don Mariano: lo grave es que esas peleas internas desemboquen en presentar a la Corona como mordaza de la libertad.