EN EL FILO
Rey, política y aristocracia
UNA de las fotografías más tristes de la monarquía alfonsina es la del rey Alfonso XIII en la estación de Galapagar -abril 1931- camino del exilio, y sin más compañía de la aristocracia española que la del conde de Romanones, viejo político. Ese recuerdo gráfico ha acompañado siempre en la memoria a don Juan de Borbón, conde de Barcelona, y a su hijo, el rey don Juan Carlos I, como una lección sobre la lealtad humana en su versión negativa. Alfonso XIII abandonó el trono tras las elecciones municipales de 1931 que en las ciudades ganaron los partidos republicanos, para evitar un posible derramamiento de sangre. (Bien es cierto que ni los militares con mando ni el director general de la Guardia Civil garantizaron al monarca la disciplina de sus subordinados). Pero en Galapagar, aquel día de infinita tristeza para la monarquía, no se vio a ningún duque de antigüedad o romance para decir adiós al rey al que por sus títulos debían fidelidad. No ha aceptado de buen grado la aristocracia española actual que don Juan Carlos no trate a los llamados grandes de España con mayor deferencia que al ciudadano común, y hasta que de esa grandeza puedan formar parte los vizcondes de menor tronío. Pero el Rey sabe muy bien que la Corona sólo debe apoyarse en el pueblo, al que corresponde siempre la última palabra, por lo que no cultiva las lealtades exquisitas sino su propia proyección popular. Hoy en día, además, si una aristócrata consorte logra un alto nivel político, con perspectivas de progresiva ascensión, como sería el caso de Esperanza Aguirre, presidenta de la Comunidad de Madrid, su lealtad a la monarquía puede ocupar un grado menor que la lealtad a sí misma, a sus aspiraciones, como se está viendo estos días en una información, que nunca debió hacerse pública, sobre un diálogo entre el Rey y la señora Aguirre. Y todo porque la presidenta madrileña habría intentado rescatar a un afamado y ultrajante comunicador de la episcopal cadena Cope de las arenas movedizas por las que se había adentrado no tanto por pedir reiteradamente la abdicación del Rey como por el perjuicio que al PP le ocasiona la coincidencia en el tiempo de las tesis del comunicador con la quema de fotos del monarca por republicanos catalanes de izquierda. Como se ha llegado a hablar de la pinza que contra el Rey forman los republicanos y la extrema derecha, en Génova 13 se han encendido algunas alarmas y la señora Aguirre habría intentado que don Juan Carlos utilizase su simpatía personal para que el comunicador de la radio de los obispos saliera de las arenas movedizas, purificando al mismo al PP de sus complacencias con la radio y el comunicador citados. El Rey no es el puching ball al que puede golpear a su antojo un profesional de la comunicación radiofónica, especializado en la utilización de la media verdad y el ultraje, por lo que no consideró ni oportuno ni siquiera respetable la propuesta de la señora Aguirre, entroncada por matrimonio con una de las tres o cuatro familias españolas de más antigua aristocracia, la de los condes de Bornos. Pero la presidenta de Madrid se las tuvo, al parecer, tiesas al Rey, dentro del respeto formal, lo que revela la intensidad con que la derecha defiende su terreno, defendiendo incluso algo tan indefendible como el afamado comunicador.