EN LA CUERDA FLOJA AL TRASLUZ
Más sobre el velo
He crecido haciendo mía la máxima de un santo que recomendaba: «En la duda, por la libertad». Siguiéndola, cuando estalló la polémica del velo en las escuelas francesas, me decía: «¿Por qué no las dejarán en paz? ¡Si quieren ir con velo, que vayan con velo!». Este verano anduve por Líbano, país árabe donde no pocos colegios rechazan que las niñas acudan con velo porque, aducen, no es una costumbre de aquel país. De hecho un porcentaje muy alto de las musulmanas de clase media y alta del Líbano no usan el velo, y no se consideran por eso menos musulmanas. En realidad, que se cubran o no depende, al parecer a menudo, del talante de sus padres o maridos. Algo que antes de 1975 ni se planteaba, porque ninguna se vestía así por muy musulmana que fuera. También me contaron -y no había ninguna razón para pretender engañarme- que determinados agentes de Arabia Saudita y de Irán pagan 200 dólares a los padres de familia musulmanes por cada niña que envíen al colegio con velo. El libanés medio, como buen fenicio, tiende a coger los doscientos dólares de buen grado, y la niña se pone el velo en la misma puerta del colegio y se lo quita al salir. Es un espectáculo ver a las familias musulmanas rigoristas en la playa. Los hombres llevan los mismos bañadores que los cristianos, pero las mujeres, ay, tienen que bañarse vestidas, velo incluido, y de esa guisa se secan después al sol, casi siempre paseando, claro. Algunas se bañan sin velo, es verdad, pero con blusón y pantalones como mínimo. Por supuesto, considero que llevar velo no es la mejor manera de integrarse. Ni permitirlo el modo más adecuado de respetar otras culturas. Aún así, me cuesta decir que deba prohibirse: en la calle, desde luego no. En la escuela, quizá: tampoco admitiríamos que fueran con burka o en bikini.