DESDE LA CORTE
Date por fastidiado, planeta Tierra
LA DIFERENCIA entre un ciudadano normal y un líder político es muy sencilla. El ciudadano cita el testimonio de un pariente para sostener una tesis, y no pasa nada. El líder cita a un primo, aunque sea una lumbrera de la ciencia, y sirve de divertimento a tertulias, provoca a sus oponentes, subleva a los ecologistas y provoca broncas ajenas a su postura, al testimonio del pariente y al objeto de debate. Si esa intervención se hace, además, en tiempo electoral, parece que es lo único que el líder ha dicho en su vida. Algo así le ha ocurrido a Mariano Rajoy. Estaba en Palma, en un coloquio, sin papeles delante, y se le ocurrió mencionar a su primo el doctor Brey, catedrático de Física en Sevilla. Una eminencia, según parece. ¡En buena hora se le ocurrió la cita! Ha sonado como si el doctor Brey fuera una invención. Y los daños de esta sociedad mediática y condicionada por la publicidad: parecía que invocaba al primo de Zumosol, pero un primo que no impone orden entre chaveas del barrio, sino en la comunidad científica. Frente a Al Gore y sus mensajes terroríficos, el primo físico de Mariano. Era, en el fondo, el primo de Zumajoy. La cuestión es bastante más seria. El primo Brey tiene un mérito más importante que esa cita. Con su solo testimonio, ha conseguido que Rajoy pase de ser el hombre que hace medio año pensaba que el cambio climático es «el gran desafío global del planeta en el siglo XXI» a pensar ahora que «tampoco lo podemos convertir en el gran problema mundial». Eso es influencia, y no la que ejercen los asesores de partido o los medios de comunicación. Al margen de la anécdota, evidentemente exagerada, es interesante el cambio de actitud de Rajoy. ¿Se trata de una convicción intelectual, o es una deformación del político obligado a estar en contra del poder? Si es lo primero, no pasa nada: el cambio climático no es un dogma. Pero, si es lo segundo, podríamos estar ante una caricatura: el PP se opone a tantas cosas y dice tantas veces «no» a la que salta, que ya le cuesta trabajo aceptar incluso las medidas contra el deterioro de la tierra. En ese caso, estaríamos ante un comportamiento patológico, y su tratamiento no sería la crónica política, sino la consulta médica. Y, por último, debo anotar una tendencia inquietante. A medida que el cambio climático se discute en los foros públicos, se convierte en una cuestión ideológica. La izquierda lo airea y pide soluciones, y la derecha lo empieza a objetar, quizá capitaneada por el caudillo Bush. ¿Es éste el debate que viene? Si lo es, apeémonos: se acaba de entrar en la mejor fórmula de no encontrar una solución. Como diría el cuento del sacristán y la petaca, date por fastidiado, Planeta Tierra.