Diario de León
León

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EL AGRESOR de la adolescente ecuatoriana ha resultado ser un imbécil. Ni me alivia, ni me sorprende. También lo puede ser un premio Nobel, como el sesudo James Watson, quien hace unos días escandalizaba al Planeta con sus afirmaciones de que el coeficiente intelectual de los negros es inferior al de los blancos. Se ha defendido esgrimiendo que lo suyo no es ideología sino investigación genética. El pensamiento científico no ha de ser políticamente correcto, ni regirse por los buenos modales, ahí estamos todos de acuerdo, pero también es cierto que gran parte de sus conclusiones son también cambiantes. La inteligencia de Watson no le ha impedido ser un racista, condición que comparte con el macarra del metro, quien ni siquiera dejó de hablar por el móvil mientras coceaba a su víctima. Con lo difundidas que han sido las imágenes de su ataque es posible que antes o después de su estancia en la cárcel, incluso dentro de ella, le sean devueltos los golpes. Ha esgrimido que «se le fue la olla», también ha pedido algo así como un perdón, que no lo era, sino patético acoquine. La imbecilidad es un enigma sin solución, un porque sí absurdo y patético, sin lógica. ¿De dónde le viene esa rabia siniestra y brutal, en qué rincón de su interior fue tomando forma, qué carencia afectiva la desata? Tiene el perfil del matón que en las guerras civiles se crece con la pistola en la mano, porque ha llegado su gran hora, la del trabajo sucio. Necesitamos creer que su insociable agresividad puede ser exorcizada, que se trata de un caso aislado. Nos aliviaría saber que no es humano, pero el agresor racista es uno de los nuestros. Y hay más como él. Están a la espera, mientras su odio macera. A la espera de un líder. También la democracia estaba siendo pateada en el vagón.

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