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Publicado por
MARÍA J. MUÑIZ
León

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NO VOY A entrar a valorar según qué acontecimientos que nos han golpeado en los últimos días. En lo que a algunos de los más lamentables se refiere, suscribo cuanto en esta misma página se comenta. Pero sin entrar en el fondo, no me resisto a mostrar mi hartazgo absoluto sobre las formas. No de este suceso, sino de cuantos cada día nos bombardean en los programas bien surtidos de comentaristas y analistas que proliferan en las televisiones. Un suceso. Unas imágenes. Y mientras se comenta todo ello, una y otra vez las mismas imágenes, repetidas hasta la saciedad, de fondo, en un recuadro de la pantalla, en la pantalla completa,... Una y otra vez la misma señora quitando el barro que las tormentas han metido en su salón, diez veces el pobre hijo de la Pantoja recorriendo el mismo tramo de calle, un millón de veces las patadas del descerebrado, pumba y dale con la misma señora que casualmente entraba en el hospital del Bierzo cuando pasó por allí el cámara, toma y daca con las piernas sin identificar de niñas para «adornar» éste o aquel drama... Antes, una imagen valía más que mil palabras. En los casos a los que me refiero, la diarrea de imágenes reiteradas (que por lo tanto no aportan nada, se emitan tres o tres mil veces) son como la verborrea tontorrona del hablar por hablar. Y muestran, por lo demás, cierta vagancia del personal, que en lugar de buscar recursos para todo el tiempo que necesitan montan un telar de urgencia y ¡hale!, una y otra vuelta. Con un añadido. Si se trata de contertulios, expertos o entrevistados, tanto como sus voces pueden interesarnos sus gestos, su lenguaje corporal. Más enriquecedor, seguro, que mirar bobaliconamente una cinta idéntica sin fin.