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Publicado por
Mª DOLORES ROJO LÓPEZ
León

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RECIENTEMENTE hemos recibido la noticia de la separación de Sarkozy cuando parecía haber encontrado una de las fórmulas más buscadas por todos en materia de relaciones amorosas, aquella capaz de funcionar rompiendo los devastadores efectos de la rutina y el desgaste de la pareja. Y es que no podía por menos de asombrarnos tanto la forma de conocerla, siendo él mismo quien oficiaba la boda de su actual ex_mujer con uno de sus mejores amigos, como lo condescendiente de ambos en cuestión de relaciones extramatrimoniales, rompiendo nuestros esquemas, con una relación que parecía abierta y positiva. Posiblemente, en alguna ocasión hemos podido pensar que había logrado ese equilibrio entre la sujección y la libertad a la que todos aspiramos alguna vez. La pareja había hecho gala de su equilibrio y madurez en múltiples ocasiones, cuando las críticas sociales pretendían corroer los cimientos de su estabilidad. Ni las amantes ocultas, presumiblemente aceptadas, parecían ser capaces de romper una relación que nació de forma tan vehemente y sorpresiva. La historia nos corrobora que las amantes de reyes, faraones, gobernantes, tiranos y demócratas son una constante en la que ya nadie repara. Pero detrás de esa aceptación soslayada del pueblo, siempre que el lío fuese discreto y no afectase a la imagen pública de la figura oficial, estaba una mujer abnegada, sometida al deber del silencio por el bien del pueblo y la permanencia del marido, que tantos beneficios le reportaba, callando y soportando su drama particular mientras lucía su mejor sonrisa acompañada de lujosos trajes y joyas más singulares aún, al lado del traidor de su lecho. Hay culturas en las cuales las mujeres han aceptado compartir su cama con otras, con tal de seguir en ella. En este caso, asistimos a una fórmula diferente ya que al parecer no se trataba de tolerar los deslices del marido, hombre de estado con la obligación de relacionarse con un sin fin de personas a lo largo de su gobierno entre las cuales podían surgir numerosas ocasiones para la infidelidad, sino que ella misma habría ejercitado su decisión de mantener alguna relación con determinados señores de su círculo íntimo. Ni desairada, por tanto, ni abocada al despecho podría mostrarse Cecilia-Albéniz. Sin embargo, el matrimonio crea, a pesar de todo, unos lazos que atan más de lo que parecen y que distorsionan las fantasías de los primeros tiempos de las parejas mucho más de lo que uno cree nunca. Siempre he pensado en la testimonial pareja británica formada por el príncipe Carlos y Camila. Amantes ardientes a pesar de vientos y mareas. Incansables e insaciables devora dores de erotismo, sensualidad y pasión desatada de cualquier forma y en cualquier sitio. Descarados, voraces y traicioneros con los sentimientos recién estrenados de la princesa Diana, desde un principio y resistentes hasta que el matrimonio los separe. Y es que me gustaría conocer cómo ha cambiado su relación y que serenas, aburridas y cansadas escenas amatorias se regalan ahora. Estar casados tiene un peso importante que posiblemente solamente beneficie a los hijos en la construcción formal de la sociedad que se constituye al contraer matrimonio. Estabilidad, seguridad, quietud, calma y equilibrio son los atributos de la unión eclesiástica o civil. Pero todo ello, nunca mejora a la pareja que por otra parte no necesita de tales atributos para salir adelante, sino más bien al contrario. Frescura, dinamismo, cambio y atrevimiento serían quizá ingredientes capaces de fortalecer y hacer perdurar lo que con tan poco esmero se nos escapa en el matrimonio. La fórmula perfecta no existe; si acaso lo que de verdad existe es tener la gran suerte de encontrarnos con la persona adecuada para nosotros. También es cierto que nos cuesta reconocer los fracasos y en muchas ocasiones preferimos adecuarnos a lo que hay que antes que acometer un cambio cuyas consecuencias nos producen más pánico que el malestar de soportar una relación sin chispa, en el mejor de los casos. Sarkozy no iba a ser el único que hubiese hallado el peculiar sistema de estar casado y permanecer en la luna de miel pudiendo endulzarse con otras mientras seguía con la misma. Es imposible que los celos no lleguen y con ellos la sensación de fracaso, baja autoestima y relegación. Y me da lo mismo por parte de quien se produzcan las relaciones extramatrimoniales. Todos sentimos profundamente ser relegados a un segundo plano por la persona que consideramos nuestra de alguna forma, aunque solamente sea por un rato, un día o un mes. En ocasiones nuestra inteligencia fracasa y sobre todo en materia de relaciones sexuales y amorosas. Son pocas las personas que pueden afirmar no haber sufrido ningún naufragio en este sentido. Pero esta situación empeora si uno de los miembros de la pareja deja de sentirse bien con la persona que tiene al lado. Es decir, si es brillante, entusiasta y perspicaz cuando está solo y sin embargo se empantana, en compañía. Se supone que en la pareja, la comunicación debería ser más fácil, pero sin embargo, pasados los primeros descubrimientos llenos de fantasía y ensoñación, ésta se convierte en el escenario de las incomunicaciones más doloras. Silencios, sumisiones automáticas ante el discurso del otro para evitar males mayores, malentendidos y ocultamientos cobran peculiar relevancia en gran parte de los matrimonios. El aburrimiento automatizado se instala paulatinamente para echar raíces y no desaparecer nunca. Las parejas unidas en matrimonio, con el tiempo, dejan de hablar el mismo lenguaje y lo que es peor, incluso dejan de hablar sistemáticamente o no llegan a entenderse nunca porque lo que uno dice, el otro lo escucha de forma diferente. El origen de muchos malentendidos está en que siempre interpretamos lo que oímos sin ceñirnos al estricto contenido del mensaje. Todo un cúmulo de molestos castillos levantados en nuestro interior a base de callar lo que nos duele, afloran con demasiada facilidad cuando tenemos que aceptar lo que escuchamos. El lenguaje fracasa cuando siendo un medio de entendimiento, nos lleva a la incomprensión. Fracasamos, en definitiva, cuando siendo mujeres gustosas de compartir confidencias y discutir problemas encontramos un oyente distraído o cuando por el contrario, siendo hombres instalados en las practicidades de la vida evitamos hablar de temas íntimos y nos mostramos solamente interesados en las informaciones directas, escuetas y concisas de las respectivas parejas. La vida en común es difícil. La desgana, el desánimo y el cansancio que van apareciendo con la resolución de los rutinarios problemas de cada día sólo dejan paso al convencimiento de que el único beneficio se encuentra en la permanencia por la necesidad de mantener la sociedad económica y afectiva creada para los hijos. Pero lo peor de todo ello, y con lo que ni siquiera Sarkozy ha podido, es con la aparición de la vulnerabilidad en el deseo hacia el otro. Sin embargo, con los años y la resistencia al peso de la carga conyugal, las emociones crean adicción. Y es frecuente que los lazos emocionales despierten apegos cuya influencia se asemeja a una dura droga sin la cual creemos no poder sobrevivir. En último término, el ejemplo de los Sarkozy nos deja tranquilos porque nos da la satisfacción de comprobar en otro que los ocultos deseos de nuestra mente, consistentes en poseer una relación abierta, promiscua y heterogénea, tampoco triunfan. De hacerlo así, por ser inalcanzables para los mortales de a pie, nos causaría un inconfesable sentimiento de envidia.