Diario de León
Publicado por
JAVIER TOMÉ
León

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LA CIENCIA ha demostrado más allá de toda duda que apenas 100 genes entre 30.000 diferencian al hombre del chimpacé, evidencia empírica que queda probada gracias a la burda pauta de desafueros que se impone en la pila bautismal. La rancia estirpe onomástica hispana presentaba hasta tiempos recientes un amplio ámbito de coincidencias: José, María, Pepa, Juan¿ Ejercicio de realismo y buen estilo basado en el santoral de toda la vida. Pero en la actualidad parecen haber saltado los fusibles de la cordura, afectando a padres que, sin encomendarse a la tradición, se lanzan a morder lo inesperado. Los clásicos nombres tan del gusto popular van dejando hueco a experiencias cataclísmicas que, la verdad, son más feas que sacar a bailar al señor obispo. El imaginario general se presenta ahora enseñoreado por las Jessicas, los Tragapanes y los Frijolitos de rigor, en lo que constituye un soberbio observatorio étnico y sociológico de los tiempos que corren. Por ello, con la intención de evitar en lo posible esos chuscos apelativos que hacen jirones la reputación de por vida, el negocio de moda en América es ser nombrólogo. Los asesores de nombres te cobran hasta 500 dólares por idear un calificativo acorde con la personalidad del interfecto. Pucherete y Chupete Fernández se recomiendan para los bebés llorones, mientras que los futuros médicos son sacramentados como doctores Ponzoña. Si el niño tiene cara de estadista, Axiomas Aznar se encuentra entre los más solicitados por el personal. Con respecto a las niñas, las Sherezade suelen tener mucho cuento. Y si ya aparentan ser ligeras de cascos desde la cuna, se recomiendan los típicos María Gorrina o Flor de Fango. Todo sea, en fin, por evitar el veneno de la discriminación.

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