Diario de León

LA TORRE VIGÍA

Jueces y políticos

Publicado por
XOSÉ LUIS BARREIRO RIVAS
León

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EN LA ESCANDALOSA crisis que ofrece el Poder Judicial, que parece ser esencialmente ingobernable e ineficiente, se suman cuatro problemas que conviene distinguir. El primero es la hipervaloración moral de un cuerpo de funcionarios que, al actuar como lo que son -hombres y mujeres corrientes y molientes- producen una honda sensación de desencanto en los ciudadanos. El segundo es la pervivencia de un modelo de elección de los órganos más importantes -CGPJ, TC, presidentes de Audiencia y de los TSJ- que es técnicamente muy malo, y que parece pensado para provocar vetos sucesivos. El tercero, pero no el menor, es el error que hemos cometido al relevar a los jueces, a título personal, de la respuesta ética y profesional que cabe esperar de ellos, de manera que pueden pegarse al sillón de forma indecente, para tener más poder o ganar más dinero, sin que a ningún ciudadano se le ocurra otra cosa que echarle la culpa a Ropdríguez Zapatero o a Eduardo Zaplana. Y el cuarto es el habernos creído que todas las intervenciones judiciales son relevantes, sin darnos cuenta de que con mucha frecuencia sólo son enredos provocados por la confrontación política que los jueces tratan como torneos medievales entre conservadores y progresistas. El primer problema se solucionará cuando tengamos más experiencia democrática y más cultura política, y cuando ya podamos creernos que ni la honradez, ni la diligencia, ni siquiera la inteligencia, se adquieren por oposición. Para solucionar el segundo basta con introducir en las elecciones que se celebran en el ámbito judicial las mismas cláusulas que rigen en las elecciones del poder político: la caducidad inexorable de los mandatos y la desactivación de las mayorías cualificadas de elección después de la primera votación. Así se hace con la elección del presidente del parlamento y del gobierno y con los alcaldes, que nunca se prolongan y siempre se consensúan. Porque el consenso es fruto de la necesidad, y no cabe pedirle que renuncie al veto -legal y legítimo- a quien es retribuido por mantenerlo. Para solucionar el tercero hay que dirigir los cañones de la crítica a quienes se prestan a ser marionetas de un juego realmente impresentable que bien podrían evitar con el simple hecho de marcharse para casa o de romper los equilibrios que mantienen la situación en medio de un escándalo continuado. Y el cuarto problema también se resolverá con educación democrática, cuando empecemos a relativizar los juegos malabares que florecen en ciertas instancias -en el Tribunal Constitucional, por ejemplo- y a no sacralizar las miserias. Porque en el fondo a los jueces le pasa algo muy parecido a los tertulianos mediáticos: que si se apaga la radio ya no son tan importantes.

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