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León

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LA BEATIFICACIÓN de los sacerdotes asesinados durante la guerra civil fue un acto plenamente legítimo. Más aún cuando desde la Iglesia se ha recalcado que forma parte de un discurso de perdón. Antonio Trobajo escribió un artículo magistral sobre ello. Un proceso tan honorable como sacar de las cunetas a los paseados o reparar las injusticias cometidas con los vencidos, incluidos aquellos sacerdotes vascos ejecutados por ser fieles a la República. Sigo manteniendo que el comportamiento del PSOE en esta materia ha sido ejemplar, como el de UGT. No se puede decir lo mismo de las declaraciones de Joan Herrera, portavoz de IU, impregnadas de rancia verborrea. Ha calificado el acto en el Vaticano de «sectario y revanchista». España entera fue vejada en aquélla guerra, salpicada por aquel lodo. Abordemos sin miedo nuestro pasado, con rigor y piedad. La contienda la desencadenó Franco con su irresponsable sublevación, pero la historia no cabe en una sola interpretación, porque su protagonista es la condición humana y sus laberintos. El perdón, quien pueda concederlo, es la gran fuerza liberadora de hombres y pueblos, por ello, porque la historia es fuente de aprendizaje, no debe jamás ser silenciada, aunque a veces convenga dejarla reposar un tiempo, para poder abordarla con objetividad y sin miedos o arbitrariedades. Aquella tragedia ya ha reposado suficiente, podemos sacarla del trastero. Nadie puede exigir a las víctimas que perdonen, mucho menos cuando el mal no ha sido aún reparado, pero quien logra otorgarlo, y he conocido a víctimas (de uno y otro bando) que con el paso del tiempo pudieron hacerlo, están mucho más cerca de la paz interior. ¿Y quién no anhela descansar, hasta de sí mismo, después de haber sufrido? Me gusta mi país, pese a sus monstruos.