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Publicado por
ANTONIO PAPELL
León

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QUIZÁ ya no tenga sentido repetir el tópico de la orfandad de la izquierda democrática europea causada por el hundimiento definitivo del socialismo real que le servía de referente. Pero lo cierto es que desde los años ochenta del pasado siglo la izquierda occidental tiene grandes dificultades para adquirir un discurso estructurado y atractivo, capaz de competir con el pragmatismo de la derecha, que apenas apela a la espontaneidad del mercado, a las libertades básicas y a la buena gestión. Dicha desorientación acaba de hacerse patente también en Alemania, donde el SPD, el gran partido socialdemócrata, ha celebrado un Congreso en el que ha aprobado por práctica unanimidad el nuevo «programa de Hamburgo» que representa un giro a la izquierda, conforme a una estrategia ideada para detener un declive que ya parece imparable en afiliación y en votos. Un declive causado por la «gran coalición», que lo supedita a la superior iniciativa de la CDU-CSU de Ángela Merkel, pero también, y sobre todo, a la falta de visibilidad ideológica de la socialdemocracia post Schröder, atrapada en la pinza formada, de un lado, por una democracia cristiana muy social y ecologista -Merkel abandera la ayuda familiar y la lucha contra el cambio climático- y, de otro lado, por la renacida tercera fuerza Die Linke -La Izquierda- del réprobo Oskar Lafontaine, que abandonó a Schröder por considerarlo demasiado «liberal», como autor que fue de la Agenda 2010, que liberalizó efectivamente la economía alemana y puso las bases reales de la reactivación que hoy está produciéndose, felizmente para toda Europa. Junto a las definiciones, la polémica de las últimas semanas entre el actual presidente del SPD, Kurt Beck, y su correligionario, vicecanciller y ministro de Trabajo Franz Müntefering ha desembocado en una prolongación de las ayudas a los parados y en un conjunto pintoresco de medidas supuestamente «progresistas»: limitación de la velocidad en autopistas (¿), privatización de los ferrocarriles con limitaciones para impedir la especulación, servicio militar voluntario, salario mínimo de 7,50 euros la hora, oposición a medidas policiales que trata de aprobar el ministro federal democristiano del Interior, etc. Pese a la suavidad de las determinaciones, Merkel ha tenido ocasión de criticarlas con el demoledor y nada irrelevante argumento de que para «socialismo» ya estaba el de la RDA (de donde ella proviene, como es conocido). Verdaderamente, es un hecho que la izquierda europea está agotando el repertorio de la reforma social, que también abandera la derecha, ambas constreñidas por el consenso en torno al pacto de estabilidad inherente a la pertenencia europea. El PSOE ha dado en la presente legislatura pasos «progresistas» sin duda relevantes -ley de Igualdad, ley de Dependencia, ley contra la Violencia de Género, matrimonio entre personas del mismo sexo, etcétera-, pero no le será fácil enjaretar un programa se parecido calado para la próxima legislatura. En definitiva, cada vez es más cierto aquello de Egen Weber: «Derecha e izquierda se han convertido en una cuestión de opinión, no de hecho; un problema de gustos, no de definiciones». Y los partidos compiten contraponiendo imágenes y exhibiendo capacidad de gestión. Así de prosaico, así de simple.