Diario de León
León

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QUINTERO nos ha mostrado en una entrevista el rostro de Mario Conde tras el fallecimiento de su esposa. El dolor ha marcado sus facciones con arrugas que le dan una expresión entre rey Lear febril y Aquiles envejecido prematuramente. Un testimonio impresionante sobre lo fugaz y lo perenne. La suya es una vieja historia de esplendor y caída. Nunca me gustó su altivez cesarista, ni cuando era adorado como nuevo héroe, ni en su estrepitoso derrumbe, pero tampoco la obscena coba de ciertos periodistas que luego le abandonaron tras haberle servirlo. El camino hacia una gloria profetizada por brujas siempre deja un surco rojo, plagado de víctimas inocentes sobre las que habla poco, consideradas meros daños colaterales en el camino del único protagonista. Irrumpió cómo el gran espejismo dorado en una sociedad que quería creer en ellos, y tuvo una legión de aduladores a su servicio, comprados en el mercado de sicarios. Sin embargo ¿qué somos los seres humanos sin la compasión? Siempre me llamó la atención Lourdes Arroyo su discreta majestad en las luces y en las sombras del ex banquero. No sé que parte de estrategia planificada tenía la entrevista con Quintero, como sé que la tuvo aquella otra que años atrás le hizo Pepe Navarro, sea como sea, el temblor era auténtico, pues hay emociones que ningún marketing puede planificar. Convertido en un Ciudadano Kane añorante de su primer juguete, Mario Conde reconoció sentir un dolor más allá de las lágrimas, sólo aliviado por su nieto, y por la fe religiosa, que intuimos transmitida por su esposa. Aquella soberbia suya que no desapareció ni siquiera con la expropiación de Banesto o al ingresar en la cárcel, se tambalea ante la pérdida de ella, su isla en el naufragio. Qué misteriosa es la condición humana.

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