LA VELETA
Normalidad, democracia y justicia
LO NORMAL es que los jueces hagan justicia. Se forman para eso, cobran por eso, se les da autoridad e independencia para eso, y se les deja que ocupen en ello todo el tiempo y todos los medios que tienen por convenientes. Y por eso estoy convencido de que, sin perjuicio de felicitarnos por el hecho de tener una democracia avanzada, no es conviene montar alharacas porque un juicio acabe en sentencia, ni entrar en una competencia internacional -en plan Libro Guinness- para ver quién juzga a más terroristas, quién lo hace más rápido o quién les impone más años de siglos de prisión a ciertos delincuentes. La justicia ejemplar no es justicia buena, y por eso no iré más allá de decir que hemos cumplido con los sucesos del 11-M -y no sólo con las víctimas-, y que no pienso caer en el permanente error de sacralizar las sentencias como si su simple lectura pusiese un punto y aparte al proceso de la historia. La experiencia dice que la única sentencia que cambió la historia fue la de Pilatos, y mucho me temo que su fuerza no estuvo en su ejemplaridad y acierto. Ya sé que mucha gente se siente aliviada al saber que ETA no tuvo nada que ver, y que las dudas sobre este proceso, desde la investigación hasta la sentencia, formaban parte de una conspiración. Pero esta alegría sólo afecta a los que no supieron erguirse sobre la condición democrática de la justicia y afirmar con toda contundencia que no era a la sociedad española ni a sus instituciones, sino al PP, a quien le correspondía probar la temeraria acusación de conspiración. Todo aquello era una invención de Acebes para salvar su cara, y nunca debimos haber entrado -ni jueces, ni policía, ni opinión pública- a discutir de nada, ni a invertir la carga de la prueba, con un partido frustrado por la derrota y con dos tertulianos mañaneros -Losantos y Pedro J.- que ganaban su dinero y su audiencia a base de un crudelérrimo enredo. La justicia democrática es cosa de hombres. Su verdad no es más que la consecuencia procedimental de una investigación falible, y su aceptación absoluta por nuestra parte no tiene más base que un acuerdo social de que las cosas se enfocan así y se resuelven así. Por eso haremos mal si, dando por supuesto que la Justicia institucional nos dio la razón, empezamos a pasar la sentencia por los fuciños del PP. Porque la Justicia es como la rosa -¡no la toquéis!-, y corre el peligro de ajarse. Ni conspiración ni dogma. Ni alegría ni pena. Ni antes ni después. Una sentencia no es más que un pronunciamiento que pretende cerrar las consecuencias de un crimen. Pero no sirve de nada, o de casi nada, para vivir la vida o para continuar adelante con el proceso de la historia.