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Publicado por
GONZALO OCAMPO
León

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EL BOTELLÓN lleva a la movida y ambos, entrelazados, componen un modo de diversión, a cielo abierto, de buen número de adolescentes y de jóvenes, en centros urbanos. Es un fenómeno social que surge en estos años últimos. Tanto por su tiempo de manifestación -fines de semana, vísperas de fiesta-, como por las edades de los participantes, mantiene un cierto hilo conductor con esa otra forma de diversión que vincula la fiesta al uso del automóvil, para cambiar de uno a otro lugar, como para el tantas veces hipotético retorno al hogar. Parece claro que en ambas formas de solaz priva el afán del desahogo sin limitaciones, como raíz común, aunque resulten distintas la dimensión y las consecuencias de una y otra. Lo que inicialmente puede ser sana expresión de bullicio pierde pronto la personalidad que pierde ya de vista cualquier referencia moral. La situación, entonces, tiene un corolario: el hombre si no controla sus instintos mediante la razón, no los controla de ninguna manera (R. Yepes). Es por lo que, al final, llegarán, inexorablemente, daños físicos, conflictos psíquicos, deterioros de la capacidad intelectiva, hábitos indeseables y, tantas veces, con vehículos por medio, la lesión incapacitante o la muerte violenta. Pero, por si esto no fuera bastante, los excesos colman la paciencia comunitaria. La noche que pasa es un recital de ruidosidad, alborotos, destrozos, bronca y reyertas, basura y suciedad. La palmaria agresión al descanso y a la paz del entorno vecinal legitima la protesta y el radical rechazo social al intolerable desorden callejero. ¿Qué hacer? Porque es que la cuestión tiene aristas afiladas. Y cansa ya el recurso al magnetismo de la tolerancia, como arma política de los gobernantes para justificar pasividades, para tanta graciosa permisividad. Siendo notorio el fracaso educacional que afecta a tantos jóvenes y adolescentes para una ordenada vida civil, sobran razones para que el ejercicio de la autoridad por parte de quienes gobiernan. Es su derecho y es su deber, como función exigida por la ley natural a quienes han sido elegidos para dirigir y mandar.