DESDE LA CORTE
La política entra en juego
PARA adivinar que la sentencia no iba a terminar la gresca, no hace falta ser un genio. Aquí mismo lo escribíamos ayer, y no por ello espero una avalancha de parabienes. Para lo que hace falta ser un genio o tener dotes proféticas es para adelantar por dónde puede ir esa gresca. Y, por lo escuchado ayer, la etapa que sigue a la sentencia va a superar los decibelios anteriores. ¡Jesús, cómo está nuestra clase polí tica! Se arrojan la decisión judicial a la cabeza como si fuera un arma de destrucción masiva. Lo fácil es decir que han leído textos distintos, pero no: han leído el mismo texto, pero lo fuerzan para obtener conclusiones opuestas. Y sobre sus ascuas ponen la carne de un rencor acumulado o de unas ansias infinitas de que su verdad sea la dominante. Por número de voces, ha ganado el Partido Socialista, que sacó a escena a José Blanco, acompañado de toda la Ejecutiva para dar mayor solemnidad, y al ministro Pérez Rubalcaba. El Partido Popular, hasta el momento de redactar esta crónica, sólo puso a Eduardo Zaplana ante las cámaras. Unos y otro han actuado de onda expansiva de lo que habían dicho sus líderes sus líderes el día anterior. Es un reparto de trabajo, que consiste en dejar a los jefes la solemnidad y enviar a los coroneles a azuzar el hormiguero. Lo han conseguido. Aunque medio país no se entere porque está de puente, ayer han retomado la crispación como libro de estilo del debate político. En muy apretada síntesis, la interpretación de la sentencia que hacen los socialistas es: «Rajoy tiene que repetir cien veces que ETA no estuvo detrás». La del PP sigue el mismo tono: «Zapatero tiene que repetir cien veces que la guerra de Irak no fue el motivo del atentado». He ahí una muestra de la perversión en que vivimos. La sentencia era buena mientras no la contaminaron los políticos. La sentencia era seria hasta que los políticos la convirtieron en una pelota de trapo. La sentencia era sólida hasta que los políticos la tradujeron a sus intereses de partido. Ahora se dedican a convertir en munición el sesudo trabajo de los jueces, y llevan el camino de prostituirlo. Van a transformar una trabajada verdad judicial en una frívola mercancía electoral, ya vendida también en los mostradores de importantes líderes de opinión. ¡Qué miseria! No tengo otra palabra para definir una degradación que se manifiesta así: hablar bien de la sentencia parece respaldar al presidente Zapatero. Buscarle zonas oscuras, parece un balón de oxígeno para Mariano Rajoy. No recuerdo un episodio de manipulación tan soez. Terminarán por desacreditar a la Justicia. Pero no me extraña. ¿De qué nos podemos extrañar, si esta clase políti ca ya se cargó al Tribunal Constitucional?