Cerrar
Publicado por
JAVIER TOMÉ
León

Creado:

Actualizado:

ENTRE el chaparrón de noticias desagradables que nos agobia a diario, el rostro más amable de la actualidad nos recuerda que en 1907 se cumple el centenario de ese arma de encandilamiento masivo que es el sujetador, asidero por excelencia para los músculos pectorales femeninos. Un artefacto de tecnología en punta imaginado en su taller por el modisto francés Pierre Poiret, inventor de un fetiche de lujo para la tapicería de la mujer, cuya primera versión apenas consistía en dos pañuelos unidos por una modesta cinta y un cordel. Así comenzó una auténtica revolución en la indumentaria femenina, que pudo verse liberada por fin del incómodo corsé interpuesto desde tiempo inmemorial a los oficios de hembra. Curiosamente, semejante monumento a la ciencia de la coquetería surgía en un mar de maledicencia, pues los más puristas lo asociaron de inmediato a las mujeronas de mamas tomar, muslos acogedores y olor canallesco a calle. El sujetador, decían, sería un profanador de familias y un juguete amoroso para divas del colchón, capaz de desatar todo el celo lujurioso del macho cabrío. No había más que recordar, argumentaban, los perniciosos efectos históricos del sujetador de latón que usaba Cleopatra. Todavía en 1900, un sesudo doctor galo afirmaba literalmente: «una mujer no es más que una matriz, un útero. La mujer no es un cerebro, es un sexo». En definitiva, y visto desde aquella perspectiva bastante obtusa, tan pecaminosa prenda haría saltar las alarmas de incendios -algo de razón tenían- y pondría a las mujeres como auténticos pollos en rifa. El correr de los tiempos ha acabado por consagrar al sujetador, que a pesar de haber cumplido el centenar de años aún lleva colgado un cartelito de «prohibido no tocar».

Cargando contenidos...