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Publicado por
FABIÁN ESTAPÉ
León

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HAN PASADO ya varios años del salvaje asesinato del catedrático de la Universidad de Barcelona y ex ministro de Sanidad y Consumo del primer gobierno de Felipe González. Ernest Lluch fue siempre un hombre pacífico, propenso al diálogo y fiel defensor de la idea de que el «otro» puede tener razón. En la vida política nacional, Ernest fue un convencido de la necesidad de hablar, escuchar y acometer tareas importantes. En su caso, su principal labor fue la investigación en el campo de la Economía; pero no lo tuvo fácil. Sancionado por los desmanes de un «ramalazo» del tardofranquismo, fue confinado a la Facultad de Ciencias Económicas de Valencia, en donde regentó durante cerca de diez años la Agregaduría del Pensamiento Económico. En época de la Transición, desempeñó la Jefatura de la Minoría Socialista Catalana en el Congreso, atrayendo con sus intervenciones en los debates parlamentarios, la atención de Felipe González, quien después de la victoria absoluta del Partido Socialista en 1982, convocó al joven Lluch para administrar la cartera de Sanidad. Durante los años febriles de la etapa ministerial Lluch supo reunir un grupo de expertos que acometieron, con éxito, la ardua redacción del Plan Nacional de la Salud. Se logró poner en marcha un plan que, desde 1985, sigue incólume. A no ser por algunos retoques y mejoras, su estructura es considerada por la OMS como la quinta mejor de Europa Occidental y no es para menos si se tiene en cuenta que la idea inicial de la que partió es la «atención sanitaria para todos». Tras cesar en el Ministerio, recibió el encargo (otra vez de González) de renovar la vetusta Universidad Menéndez y Pelayo. La labor fue ímproba; sin embargo aún se reconoce que los siete años de su rectoría fueron providenciales y cruciales. De sus desvelos por la Universidad cántabra siguen vivos logros como la difusión del ansia cultural por los más diversos estratos de la población adulta y madura. Su habilidad para avivar e incluso crear instituciones de nuevo cuño, es la muestra patente de la huella indeleble dejada por la acción de un hombre de genio. Recuerdo una anécdota que le sucedió saliendo del Ministerio cuando un grupo de transeúntes le saludaron efusivamente e incluso llegaron a aplaudirle, lo cual le azoró en extremo. Otra cuestión que da idea de la personalidad de este hombre y que merece ser recordada es que en una ocasión, un viandante se dirigió a él en plena calle para alabar su labor pero, a la vez, recordarle: «Ministro, ir al dentista continúa siendo un lujo». Lluch contestó que, como padre, sentía lo mismo, y que desde luego, aún no había tenido tiempo de hacer cómodo ese lujo. Desgraciadamente, ya no tendrá nunca la posibilidad de demostrar más su gran humanidad y todas sus facultades como economista y como político.

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