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Publicado por
IGNACIO BERMÚDEZ DE CASTRO
León

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CON LOS últimos incidentes racistas vividos deberíamos refrescarnos la memoria con fotos como la de los tripulantes del barco «La Elvira» a su llegada al Puerto de Garufano, Venezuela, en mayo de 1949. Españoles de entonces en condiciones similares a los subsaharianos de hoy. Imagino los cayucos y pateras de estos últimos, sus dramas, y recuerdo el cuadro insignia del romanticismo francés, «La Balsa de la Medusa», de Géricault, en el cual sus protagonistas también son hombres anónimos, vivos o muertos, abandonados a su suerte o a los cuales su suerte ya ha abandonado. ¿Cómo el mundo de la opulencia lo permite?. El coste del ejército norteamericano en Irak atenuaría el hambre en África. Pero ahí siguen. Cada día más sangre y más hambruna. ¿Hasta cuándo?. Recordar el pasado nos honra. A pesar de haber conseguido voltear la tortilla, no podemos obviar que hac e apenas medio siglo emigrábamos masivamente. ¿Cuántas instantáneas plasmaron la crudeza de un viaje con incierto retorno?. Se consolaban pensando que más fustigaba el hambre de un hijo hambriento. Pasamos de ser un país emigrante a uno que acoge, lo que debe hacernos especialmente solidarios con los que a diario recibimos. Dejan hogar, familia. Y a mayor desventura deben estar expectantes frente a la amenaza xenófoba. ¿Creen ustedes que nuestro sistema se mantendría sin ellos?. Mi primo, que es poeta y al igual que Lorca viajó a Nueva York, asegura no se puede prever. Mi primo dirá misa, pero nuestra economía los necesita. Ronaldiño también cruzó el charco para ganarse la vida en la rica Europa. Lo de siempre. Estrellas y estrellados.

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