AL DÍA
¿Morir en casa o en el hospital?
LA PREGUNTA acerca de si lo mejor es morir en casa o en el hospital no es del todo correcta o, al menos, merecería la clásica respuesta del gallego: depende. Hace unos días mantuve una interesantísima conversación sobre el tema con dos magníficos médicos de dilatada trayectoria profesional, y ésa fue la conclusión a la que llegamos. Y es que la respuesta dependerá de las circunstancias de cada caso concreto. Nosotros pensamos que la solución óptima, tanto para el enfermo que ve cómo se agota su crédito existencial como para la familia que sufre la pérdida gradual de su ser querido, es la del propio hogar, siempre y cuando (y en esto radica el depende) se den estas circunstancias: que el enfermo así lo quiera; unas buenas condiciones de habitabilidad de la casa; un clima familiar adecuado, pues si la familia no desea activamente cuidar de su familiar, mal cumplirá con su papel; y, por último, un equipo sanitario comprometido. Si se dan esos elementos, lo mejor es la casa. El enfermo ve el hospital como un medio extraño, hostil, excesivamente aséptico. Su cama, su mesa camilla, sus cosas¿ transmiten el sentido de lo propio, la seguridad del terreno conocido y explorado. Puede pedir en cualquier momento un objeto significativo y que sirva para darle en ese momento la confianza y el cariño que necesita: un retrato, un peluche¿ sus «pequeños tesoros». Pero la propia familia también va a estar más cómoda, con espacio para descansar, para ver la televisión sin molestar a nadie... Hay más intimidad, más tranquilidad. Y una mejor calidad de vida, que es de lo que se trata. El cuidado del paciente en situación terminal en su hogar por los suyos tiene una tradición cultural e histórica. Su hogar y sus seres queridos son los elementos esenciales para conseguir su bienestar físico y espiritual. El domicilio es donde confluyen todos los recursos de los protagonistas de la situación terminal (enfermo, familia y equipo sanitario) asegurando el objetivo de alcanzar una buena muerte. Invirtamos tiempo y dinero en ello, y quizá así hablaremos menos de la necesidad de despenalizar la eutanasia.