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DEMETRIO MADRID
León

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SE HA VENIDO aceptando convencionalmente que la victoria del Partido Socialista del 28 de octubre de 1982, hace 25 años, significó el final de la transición en España, es decir, el tiempo necesario y el paso del régimen autocrático franquista al sistema democráctico y el desarrollo Constitucional de 1978. En ese espacio ocurrieron acontecimientos muy importantes y positivos: los Acuerdos de la Moncloa, la Constitución, el desarrollo y normal funcionamiento de las libertades públicas, la implantación de los partidos políticos, el funcionamiento de los Sindicatos, de las organizaciones empresariales y tantos acontecimientos que permitieron cierta maduración colectiva en la vida democrática. No hay que olvidar que durante la transición se produjeron también varias asonadas y resistencias de determinados grupos contra la democracia y que culminaron con el intento, en toda regla, del golpe de estado del 23 F. Cuando la noche del 28 de octubre se abrieron las urnas, los resultados fueron contundentes, los ciudadanos decidieron que el nuevo Gobierno afrontara los grandes y graves problemas que tenía nuestra sociedad y nuestro país: -Conseguir que España se incorporara a la entonces Comunidad Europea, rompiendo el aislamiento internacional a la vez que pudiera beneficiarse del desarrollo económico y empezar a contar y pesar en un proyecto decisivo en términos históricos, al tiempo de contribuir en la propia consolidación de la Europa del futuro, beneficiándose de los importantes fondos europeos. Gracias a Felipe el pedigüeño. -Desmontar definitivamente los intentos de desestabilización procedentes de grupos minoritarios que istóricamente habían intervenido en contra del poder democrático establecido. Ver «sublevación del 18 de julio de 1936 contra el Gobierno legítimo en la Segunda República. Consiguiendo que el papel de las Fuerzas Armadas se supeditaran al poder legalmente establecido y al servicio de los principios democráticos recogidos en la Constitución. Logrando un ejército moderno al servicio de la paz dentro y fuera de España con misiones al servicio de las Naciones Unidas. -Modernizar la economía y todo el aparato productivo en situación absolutamente precaria, imposible de competir ni en los mercados interiores y menos aún en el ámbito internacional. Algún día habrá que hacer «justicia» sobre la importancia que tuvo al afrontar aquella dolorosa e impupular reconversión industrial, sin la cual difícilmente hubiéramos creado una industria moderna competitiva y diversificada. Ya hubiera querido Carlos Solchaga que otros gobiernos de la derecha lo hubieran conseguido antes. -Otro de los grandes retos y objetivos de los gobiernos socialistas fue resolver lo que en tiempos de la Segunda República se denominaba «el problema territorial». Es decir, desarrollar el Título VIII de la Constitución, en definitiva, orientar el modelo de Estado, con la generalización de las comunidades autónomas. -La universalización del derecho a la asistencia sanitaria, a la educación hasta los dieciséis años, la creación de cientos de miles de becas para que, por fin, los hijos de las familias de trabajadores tuvieran acceso a la Universidad. La actualización de las pensiones y la creación de las no contributivas, permitiendo que las enormes diferencias entre el mundo rural y urbano se redujeran. Fueron acontecimientos de una enorme importancia que vinieron a resolver situaciones injustas, insufribles, producto de una España vieja e insolidaria. En los servicios llamados sociales, se pasó de una asistencia de beneficencia a la creación de derechos de los ciudadanos. En definitiva a una sociedad más justa. Al llamado estado del bienestar, donde la igualdad debe ser un objetivo irrenunciable para los socialistas. Ya sé que es muy difícil hablar desde dentro, desde quien modestamente ha contribuido en ese esfuerzo noble para conseguir una sociedad más justa y razonable, con la decisiva participación de la inmensa mayoría de los ciudadanos españoles, que sin su aliento y acompañamiento no hubiera sido posible. Tengo la satisfacción de haber compartido con muchas mujeres y hombres, jóvenes y mayores, el entusiasmo y la ilusión por hacer de nuestra España un País moderno, avanzado, solidario dentro de su sociedad, pero también sabiendo acoger a tantos otros ciudadanos de otros países que desean compartir nuestro bienestar al tiempo que están contribuyendo a nuestro desarrollo. Ahora se cumplen los veinticinco años del primer Gobierno socialista, sería interesante recordar la respuesta del más importante artífice del cambio de España: Felipe González, cuando una vez comprobados los resultados electorales aquella noche del 28 de octubre de 1982 y teniendo el gran honor y la responsabilidad de gobernar, los periodistas le preguntaron cuál es su programa de gobierno y su mayor deseo, y Felipe les contestó: «Que España funcione».