DESDE LA CORTE
Víctima del desamor
LA ÚLTIMA baja en la política se llama Manuel Marín. No es una baja cualquiera. Manuel Marín era, es, la tercera autoridad del Estado como presidente del Congreso y de las Cortes Generales. Tiene una de las biografías más notables de la clase dirigente, culminada en una Comisaría de la Unión Europea. Es un veterano militante socialista, que pudo ser ministro e incluso aspirante a mayores destinos que un ministerio. Fue el gran negociador de un hecho histórico como la entrada de España en la Europa de los Doce. Es una persona válida para cualquier recambio. Paciente, culto, dialogante, se retira de la primera línea. El PSOE pierde cantera, y la pierde por la cabeza. Lo interesante a corto plazo es que Rodríguez Zapatero no hizo ningún esfuerzo visible por evitar su retirada. Lo que acabo de escribir sobre el presidente del gobierno quizá sea un eufemismo. Las apariencias sugieren que no sólo no hubo ningún esfuerzo por mantener a Manuel Marín en puestos directivos, sino que se provocó su desapego, como diría el catalán Montilla. Marín se empezó a marchar cuando se filtró a la prensa el pacto Zapatero-Bono: aquella transacción que consistía en que el ex ministro de Defensa se presentaría a las elecciones con el compromiso de ser el próximo presidente del Congreso si el PSOE ganaba las elecciones. Marín confesó entonces que no estaba para ninguna competición política: «a mi edad, sólo estoy para que me quieran». Está claro que no le dieron esas muestras de cariño pedidas o, por lo menos, no se sintió querido. En un hombre de su biografía, no tenía mucho sentido pelear en las elecciones de marzo simplemente para ocupar un escaño de diputado, sobre todo si no tiene ninguna razón para necesitar, como otros, inmunidad parlamentaria. Así que estamos ante una retirada que podríamos llamar «forzadamente voluntaria». Una vocación política de éxito no se corta de golpe sin una razón afectiva importante. Hoy podría hacer un canto a la ecuanimidad con que presidió el Congreso. Podría elogiar su autoridad para dirigir los debates, frente a las trampas de la oposición y la petición de privilegios de sus compañeros de partido. Podría acompañarle en el pesar de marcharse sin haber conseguido su aspiración de cambiar el Reglamento para hacer una cámara con debates más ágiles e interesantes. Pero hoy no toca. Lo que toca es anotar cómo Rodríguez Zapatero, con un singular sentido del ritmo, se va despojando de lo que considera un lastre. La llamada «vieja guardia» del PSOE se diluye, unas veces en puestos a distancia, y otras en retiradas fulminantes de la política. A esta operación le llaman «relevo generacional». También se le podría llamar depuración. Más o menos natural.