Diario de León
Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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INCLUSO los observadores menos perspicaces percibimos un descuido de las formas, algo cercano a la zafiedad. Quizá sea una prueba el célebre incidente del Rey, al que repito que debe guardar Dios muchos años, hasta que merezcamos ser republicanos. Estuvo mal el tuteo con el furibundo patán, que ahora quiere someter a una profunda revisión sus relaciones con España. Ahora a las broncas se les llama «desencuentros», pero aclaran a cuántos asaltos se ha fijado el combate. Siempre hay cosas menores que lo enredan todo, dada su costumbre de pasar a mayores. La diplomacia española está dejando muchas cosas que desear, pero el primer deseo de las personas normales que presencian a distancia los acontecimientos es que cambiemos al jefe de los diplomáticos. No tenemos una idea aproximada de quién podría ser su sustituto, pero tenemos el convencimiento de que sería mejor, fuese el que fuese. El actor Peter Ustinov, al que le gustaba divertirse aunque no estuviera desempeñando ningún papel, decía que los diplomáticos son señores a los que no les gusta decir lo que piensan, al contrario de los políticos, que lo que no les gusta es pensar lo que dicen. Lo que se está echando más en falta ahora es eso que llamamos elegancia, palabra que el diccionario define, no sin notable imprecisión reductora, como «forma bella de expresar los pensamientos». En ese sentido nadie puede calumniar a los protagonistas del breve diálogo de haber guardado esa línea interior que impide ciertos excesos. No. La elegancia no está de moda. Ni siquiera eso que en los grandes almacenes, para que sirva de estímulo, llaman «la elegancia social del regalo». La crisis, que se veía venir, pero que ya ha venido, va a reducir el gasto en regalos de Navidad. No sólo vamos a tener unos obsequios birriosos, sino que vamos a hacerlos. Lo que es menos elegante.

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