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TRIBUNA

Los nuevos pulsos de Maragatería No toquéis mi montaña..., por favor

Publicado por
GREGORIO FERNÁNDEZ CASTAÑÓN ÁNGEL MARÍA FIDALGO
León

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MUY de mañana, cuando la suave brisa empujaba a noviembre a salir al ruedo, vi ondear un pañuelo verde en un balcón. Y luego otro sujetando el pulso de una manilla en la puerta de un hogar. Y otro dando contraste al color incoloro de un cristal transparente. Y otro y otro y otro y otro... Vi decenas de ellos gritando su silencio mudo, su impotencia, a quien quisiera escuchar. Sin embargo, allí sólo había silencio. Un silencio excesivo que llegaba a taladrar mis ojos cuando se cruzaban con las palabras rojas que pendían de unos carteles blancos, colgados en la plaza y en la Casa del Pueblo: «No a la alta tensión». ¿Alta tensión cruzando mi vida y la de tantos moradores que me acompañan en este nuestro destino? ¿Alta tensión? ¿Por qué? ¿Para qué? Por favor, no toquéis mi montaña. Respetadla. No la toquéis, os lo ruego. Dejadla así. Tal como está, porque es mía y es de todos a la vez. No seáis ciegos, sordos y mudos, porque ¿no comprendéis que también es vuestra y así se la queremos dejar a los que nos van a preceder por derecho? Fue muy bonito -digo- pasear por las calles de aquel pueblo que admiro y quiero por llevar en sus venas una parte del agua que riega mi sangre. Y lo fue porque no había una sola esquina que no luciera el crespón verde. Símbolo de la esperanza y reflejo de tanta primavera que nos ha de llegar, si vosotros los que amáis el dinero por encima de todo, no nos colocáis a las puertas del éxodo una vez más. Y... son demasiadas las veces en las que León ha padecido esta plaga y tortura a lo largo y ancho de su historia más reciente (León, mi León, ¿en qué te están convirtiendo?). Pero... Fue, insisto, muy bonito y emocionante llegar, hace unos días, a las puertas del cementerio, el día de Todos los Santos, y comprobar que también allí, dentro de aquel remanso de paz, alrededor de él, brillaba con luz propia el color de la vida. Sí, sí, la luz de la vida y la belleza inenarrable, con el río Curueño como gran protagonista. Aunque... -juro que fue real lo que sigue a continuación-, ¿qué pretendería decirnos aquel hermoso gato negro, negro, muy negro, que una y otra vez, insistentemente, tocaba con su piel las piernas de cuantos allí estábamos; rodeaba las tumbas (todas las que nacen en la misma ladera de la montaña, arriba, y las que dan al camino, abajo) o se subía, incansablemente, a ellas durante el tiempo que duró aquel respetuoso responso y recuerdo a nuestros muertos? ¡Uf...! Cuando volvía a atravesar aquel pueblo para llegar al siguiente destino, mi piel, emocionada, se llenó de tantas emociones que, por sí solas, lograron erizar mi vello. «Sé que no estamos solos» -pensé. Un poco más lejos, pero tan cerca, que se escucha con total nitidez el ritmo de sus quejas, otros pueblos, pertenecientes a los municipios de Villamanín, La Pola de Gordón, La Robla, Vegacervera, Matallana de Torío, La Vecilla, Santa Colomba de Curueño, Vegaquemada, La Ercina, Cistierna, Cebanico, Prado de la Guzpeña y Valderrueda, siguen poniendo en sus ojos el mismo crespón verde. Siguen sembrando en sus mesas la esperanza de un futuro rico en una bella tierra y nada contaminada. Y siguen luchando por estar tan vivos y sanos como un día lo estuvieron sus padr es y abuelos. Por todo ello, y porque nos merecemos el mismo respeto que os profesamos, políticos que ostentáis el poder de nuestros destinos, os pido, una vez más, que escuchéis la voz del pueblo. La voz es única, sincera y clara. No le deis la espalda. En esta ocasión, permitidme, además, que en nombre propio os pida que, por favor, no toquéis la montaña que un día heredé y dejaré en herencia. No la toquéis, por favor, salvo, eso sí, lo he dicho y lo seguiré manteniendo, que sea para mejorarla. ¿Veis? ¿Escucháis cómo late la vida en ella? Venid y subid a su regazo, pero dejad enterrados en sus tumbas esos postes de la alta tensión que pretendéis implantar, porque sin duda alguna, la irritarán y... la condenarán a vivir arrodillada hasta que alguien, en su sano juicio, tal vez cuando sea demasiado tarde, se proponga reparar tan grave daño. Termino, y lo hago con esta reflexión que no me pertenece, pero que comparto plenamente: «Si no somos capaces de respetar la Naturaleza, más tarde o más temprano, será ella la que no nos respete a nosotros» . Hace algunos años, no demasiados, cuando uno llegaba a cualquier pueblo de Maragatería encontraba silencio, abandono, soledad, ruinas, despoblación y hasta un sentimiento de pérdida de identidad porque parecía que, incluso, los perfiles de la memoria también se estaban desdibujando. Hoy, por fortuna, ese sombrío panorama ha cambiado y el visitante, sobre todo, si lo es de fin de semana, puede comprobar que esa soledad silenciosa que caracterizaba a la comarca se ha transformado en una presencia vital y bulliciosa de numerosos visitantes en muchos pueblos de Maragatería y no sólo durante el periodo estival. Alguien podría pensar que el cambio de pulsos y de impulsos que hoy se percibe con creciente intensidad en muchos rublos se ha debido a la aplicación de acertadas políticas de desarrollo y promoción de la comarca. Sin embargo, no ha sido así o no lo ha sido, desde luego, en la medida que hubiera sido de esperar teniendo en cuenta las seculares carencias de la zona y ese fervor con el que sus representantes públicos siempre ha confesado que se entregan a la defensa permanente de los legítimos intereses maragatos. En todo caso, la simple observación de la realidad nos confirma que el gran protagonista o el definitivo impulsor de los nuevos pulsos de Maragatería, al parecer, ha sido el inefable cocido que ha dejado de ser menestral y obligado menú semanal en mesas de recursos limitados para convertirse en un popular y consistente reclamo gastronómico-turístico de primer nivel, capaz de atraer paladares de mucho mas allá de los límites provinciales y de esas recomendaciones de lo que se considera comida saludable. La gente de cierta edad, esa que durante años han tenido que comer los garbanzos por obligación y no por devoción, no se explica la irresistible atracción que hoy ejerce el cocido sobre esos cientos de comensales que los fines de semana llenan entusiasmados todos los mesones y figones de la comarca, hasta el punto de que, en algunos de ellos, resulta imposible conseguir una mesa sin reserva previa o sin influencia enorme sobre el titular del establecimiento. Pero esto es así y así hay que aceptarlo. Como también hay que aceptar otro hecho de difícil explicación y que también está contribuyendo apreciablemente a la «resurrección» de varios pueblos maragatos. Me refiero a la llegada de nuevos vecinos que no solo se deciden fijar en ellos su residencia de verano o de fin de semana sino que, casi siempre, lo hacen después de recuperar o restaurar, respetando la arquitectura tradicional, alguna vivienda, que anteriormente era una ruina o, incluso, un montón de piedras. El de Valdespino resulta un ejemplo especialmente paradigmático, aunque, mas recientemente, otros pueblos próximos, como es el caso de Lagunas de Somoza también están empezando a registrar una notable actividad en lo que se refiere a la recuperación de inmuebles y población, dándose, además, la curiosa circunstancia de que, en muchos casos, esos nuevos vecinos no tienen ninguna vinculación familiar o afectiva con Maragatería. Es normal que uno que ha nacido, pongamos por caso, en Astorga, que ha medido el tiempo con las campanadas municipales de Colás y Colasa y que ha paseado por la muralla con el horizonte mágico del Teleno, fije su residencia vacacional en Maragatería. Pero que unos jóvenes madrileños o unos empresarios catalanes, decidan avecindarse aquí, después de una simple visita de fin de semana o de una consulta en Internet, pues no deja de tener su aquél. Algo tendrá el agua y la Maragatería. Ahora que todo se estudia y analiza tal vez sería bueno un trabajo de investigación para saber cuales son los imanes o el duende que tiene Maragatería para los de fuera. Pero mientras llegan tales clarificaciones debemos alegrarnos de que tal fenómeno exista y de que, incluso, se pueda incrementar porque esa podría ser una forma para que nuestra tierra recupere lo que hasta hace muy poco tenía perdido, es decir, la esperanza y la confianza en un futuro en el que queden definitivamente proscritos la pobreza, el atraso, la emigración, la soledad y el abandono. Eso sí, no dejemos todo pendiente de esos impulsos ajenos y hagamos todo lo posible, cada uno desde su respectivo ámbito de responsabilidades, para que este buen momento de Maragatería se consolide y se haga palpable en realidades concretas porque a lo peor éste sí que es el último tren que pasa por el país de los maragatos.

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